Se acercaba el verano, los días se volvían más largos. Él se sentía renacer en esa época del año. Serían los efectos del sol, pero se sentía rejuvenecer. María era impermeable a los cambios de estación. No cambiaba ni un ápice su rutina. A las ocho de la tarde empezaba a cerrar las persianas del dormitorio de los niños. Fabricaba su propio anochecer particular y ningún caprichoso astro iba a cambiarle a ella el ritmo. Manolo alucinaba, si miraba fuera del pasillo aún entraba luz del sol a raudales y si miraba hacia las habitaciones se sumergía en la más intensa penumbra. Esta mujer mía está como un verdadero cencerro, se decía así mismo ya que decirlo en voz alta sería un suicidio.
Poco antes de las cinco de la mañana María saltaba de la cama. Él jamás oyó el despertador. Tampoco tenía muy claro qué hacía su mujer a esa hora tan impertinente levantada. El se levantaba a las siete justo a la hora que ella salía por la puerta. ¿No sería mejor que se levantara a las seis y se acostara una hora más tarde?. Recordaba que a ella de soltera sus amigas la llamaban "Casimiro" ya que a las nueve de la noche siempre plegaba alas. El quería conseguir que se acostaran a una hora más normal, al menos durante el verano. Las diez estaría bien, tampoco era plan de someterla a ningún exceso que no tenían edad para cambios muy bruscos.
Desde el trabajo Manolo llamó a su amigo Pedro, siempre había sido muy marchoso y por lo que contaba aún seguía con sus correterías. Le contó su problema y le pidió ayuda. Al otro lado del auricular sonaba una risa ahogada....Pedro tio, no es para reirse ya sabes que María es muy buena pero también es muy cabezota y algo bruta. El amigo recordó a María y se le cortó la risa en seco: si, desde luego que tenía genio la fiera. No te preocupes, Manolo esto te lo soluciono yo. Pasaré por tu trabajo y te llevaré un regalito.
Manolo llegó a casa, parecía algo nervioso y le traía a María un regalito: tres botellas de vino tinto. Ella se puso contentísima, que pedazo de detalle el de su marido. Esa noche descorcharían una de ellas. A las siete y media, María se duchó para luego corretear a la pequeña y meterla en la bañera. A las ocho ya estaba la peque preparada con el pijama y esperando la pitanza junto a su hermano. Manolo, irreconocible, la esperaba con una copa de vino, había cortado queso y abierto una lata de aceitunillas. Sin que ella sospechara sacó de su bolsillo una ristra de píldoras azules. Pedro le había dicho que echara dos en el vino... dudó por un momento, pero finalmente vertió el contenido de las cápsulas en la copa de María.
Qué contenta se la veía. Se le trababa la lengua y los ojos le hacían chiribitas. Aunque se lo estaba pasando genial miró el reloj y dió un brinco. Los niños hacía ya diez minutos que debían estar en la cama. Los acostó y empezó a recoger la cena. Manolo había llenado de nuevo las copas y le ofreció un último brindis, venga mujer por nosotros. Su mujer necesitaba ración doble, de eso estaba seguro. María se metió en la cama a la misma hora de siempre. El a su lado la observaba. Los ojos desencajados, parecía que se les iban a salir de las órbitas. La boca en un extraño rictus. No hablaba pero de vez en cuando agarraba con fuerza la sábana y chirriaba los dientes.
Las siguientes cinco horas, no produjeron ningún cambio en el estado de su mujer. El se atrevió a darle un codazo, al menos para que cambiara la mueca del labio. Mira que si se le quedaba así... Ningún cambio, parecía una masa compacta, casi inerte a no ser por el brillo de la mirada. Manolo se levantó y algo acojonado fué a leer el prospecto de las dichosas pildoritas. " En caso de sobredosis ir al médico", y una porra. ¿Qué le haría María si se enteraba de aquello? ¿y si encima se le quedaba aquel careto?. Cuando volvió a la cama ella había cerrado los ojos, el se asustó y acercó su mano a la nariz para comprobar que respiraba. Todo en orden, aunque el mohín de la boca no había terminado de desaparecer.
A la siete despertó a su mujer, iba llegar tarde al trabajo. María se arrastró al baño se encontraba fatal, seguro que estaba incubando algún resfriado pensó mientras se vestía a toda prisa. Manolo no veía el momento de desahacerse de las dichosas pastillitas. Abrió la tapa del retrete y arrojó las pruebas de su delito. !Las pildoras flotaban! tiró y volvió a tirar, pero seguian alli como acusándolo. Se arremangó y metio el brazo hasta el codo dentro de la taza, las recogió y las envolvió en papel higienico. Volvió a tirar y por fin desaparecieron de su vista, había sido un crimen perfecto.
Cuando María regresó a casa fue directamente al recipiente de las botellas vacias, buscaba cómo loca la botella del vino de la noche anterior. No se había fijado en la marca. Mandaría a Manolo a comprarle más, desde luego era un vino "alucinante".
2 comentarios:
Cuando María sepa que vino es, por favor que sea tan amable de pasarse por aqui a dejar el nombre.
Genial!
La bisho
abstemia soy y en vista de los riesgos así seguiré
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