martes, 30 de septiembre de 2008

La tarea semanal


No le gustaban los viernes. En la oficina todos sus compañeros parecían sufrir un subidón de adrenalina ese dichoso día de la semana. Hasta la secretaria dejaba de tener cara de ajo, y pasaba más bien al verde apio.


El motivo de su infortunio era que el viernes era el día de su tarea semanal: la compra. María elaboraba con esmero una lista de los más inútiles de los productos. Siempre lo mismo que si leche, pollo, lechugas, colacao, aceite, y así un sin fin de tonterías más. Nada interesante ni importante.


Años a tras iban juntos a realizar la compra y ese momento se convertía en el preludio de una gran pelea. María parecía que entraba en éxtasis nada más pisar el supermercado. A ella le gustaba recorrer todos los pasillos y revisar todos y cada uno de los productos. Además parecía que tenía un gps incorporado, sabía perfectamente dónde se encontraba cada patata, desodorante o lata de aceitunas. ¿En que oscuro rincón de su cuerpo tendría el dichoso aparatito?. A Manolo le hervía la sangre ¿ te queda mucho? le soltaba tras cada paradita. Ella, ni caso. El carro iba llenándose lentamente. Cuándo llegaban a los estantes encima se ensimismaba leyendo la letra minúscula de algunos productos, eso ya lo ponía como una moto ¿ contaban algo interesante o se trataba de algún mensaje cifrado que sólo ellas podían entender?. Un negro pensamiento se le cruzó por la testa. Seguro que la señora que envasaba aquello, que fijo era mujer, les chivaba en forma de criptograma el siguiente estante al que debían acudir para joderle el día al marido.


Todo esto eran minucias comparado con el desdén final. Ella no percibía las ofertas de los más variopintos artilugios que de vez en cuando aparecían en algún pasillo del supermercado. Era como si el llamativo letrero se volviese invisible. Allí si que podían encontrarse los más fastuosos tesoros: palillos de dientes, tuercas, balanzas, sombrerillos de papel, infladores, zapatos sueltos de números inimaginables y un sin fin de cosas únicas e interesantes. Ella, ni caso. El puñetero carro paseaba por allí sin hacer ni una misera paradita.



Una vez llegados a la cola, que siempre era enorme por que esa es otra, parece ser que todas acuerdan la hora y el momento de llegar a las cajas, Manolo sufría un ataque de cólera. Siempre le tocaba la caja tonta, o la cajera ese día sufría una demencia, o la maquinita se estropeaba. También estaba el día de la compradora pejiguera aquella que revisa la compra tres o cuatro veces, le pregunta a la cajera por cada uno de sus cientos de parientes o bien compartía su experiencia en los estantes con la clienta de atrás. Una locura. Hasta que el coche no estaba cargado y en marcha no asomaba ni un atisbo de alivio en el careto de Manolo.

Estos motivos habían llevado a la solución final: él sería el encargado de la compra semanal. No es que la idea le resultase atractiva pero pensar en la alternativa de ir juntos le ponía la carne de gallina. Lo que no se le pasó por la cabeza fue la tercera alternativa: que María fuese sola al supermercado. Esto último sería una ruina, no sólo por el volumen de tonterías que compraría sino que además él tendría que encargarse de alguna que otra tarea doméstica y desde luego no estaba por la labor y la razón más importante ¿Quién era el guapo que se lo decía?.


miércoles, 24 de septiembre de 2008

Manolo!!! Vade Retro



Algunos meses muchas mujeres pasan días con la adrenalina por las nubes ante la incertidumbre de la visita de la Sra. regla. Esta sensación puede dar paso a doña angustia si no se desea un embarazo y si a esto le sumas el tener un porrón de años y un par de hijos ni te cuento.


María estaba histérica, llevaba unos días que en casa cuándo la veían deambular por el pasillo el resto de la familia desaparecía misteriosamente. No había dios que la aguantara. Ella no culpaba a nadie, intentaba autoconvencerse de que estas cosas a veces pasaban, pero ¿por qué a ella?. Con la de gente que ella conocía deseando de tener un hijo y no lo conseguían, desde luego no era justo.



Aún era pronto para dar la alarma general. Sólo ella conocía su calvario, claro que a no tardar la cosa se haría vox populis. El primero en enterarse tenía que ser por supuesto su Álter ego y luego sus adorados churumbeles. Ella y su Manolo habían ganado ex aequo el gran premio ergo debían compartirlo desde el principio. Mea Culpa se repetía una y otra vez, en un intento vano de autocompadecerse y reprimir unas ganas locas de emular a la Bobby. La culpa, si es que había algún culpable, desde luego era de Manolo. Intentaba no pensar en ello pero recordaba perfectamente cuándo cometieron el fallo y cómo Manolo se jactaba de tener la Cátedra del Método Ogino. No es que ella dudase del método en sí, pero desde luego el Catedrático no era nada fiable.



A veces se sentía el ser más egoísta del mundo, le preocupaba su figura. Ya le costaba mantenerse como para soportar otro embarazo. No se recuperaría. Otras veces, las peores, sufría ataques de ansiedad pensando en los problemas, que por su edad, podría tener el bebé y el tiempo que le restaría a su actual familia. No ayudaba nada a esta situación el tema laboral y a su edad tampoco era tan fácil encontrar un trabajo medio decente.


Se pasaba horas rumiando la mejor manera de decírselo a Manolo. Desde luego la que más le gustaba por el momento era aquella en la que le decía: "Manolo nos hemos quedado sin estudio". Porque claro, aunque se tratara de un mal menor, ese era otro embrollo ¿dónde lo metían?. Los hijos tenían sus dormitorios y no iban a ser ellos los que pagaran los platos rotos del frenesí de los abueletes. El estudio era el lugar preferido de Manolo, allí se pasaba las horas enchufado al ordenador, estaba abducido. Pues bien, la abducción se iba a terminar. Ella tendría que guardar sus libros en cajas y buscarles algún rincón oscuro dónde reposar. La caja de juegos de la pequeña iría a su dormitorio y los trastos del niño al suyo. Para los hijos serían daños menores pero era inevitable algunas mermas de espacio. Seguro que Manolo intentaría dar las más descabelladas ideas y excusas para no perder su dominio, pero si el embarazo se confirmaba, su suerte estaba decidida. Una sonrisa histérica se dibujo en su rostro imaginando a Manolo con el diseño de un doble piso en su habitación, dónde intentaría ubicar al nuevo miembro de la prole, es decir, dormirían con una mini buhardilla en lo alto de la cama en el mejor de los casos. Borró la patética imagen de su mente y salió a toda pastilla hacia la farmacia.


Fueron unos minutos interminables. El aparatejo colocado en la cisterna del wc la observaba de forma amenazante. Cientos de mariposas aleteaban en su barriga. No había raya. Tampoco había regla. Fue como si de pronto pesara 20 kilos menos, una sensación de tranquilidad la sumió de pronto en una vagueza total. El problema no había desaparecido pero había sufrido una especie de enanismo, ya iría al médico.


Al salir del baño se encontró a Manolo esperando en la puerta dando saltitos. Se estaba orinando, pero sabiendo que su mujer estaba de un humor de perros había preferido aguantar estoicamente. Ella le dedicó una mirada altiva y cortante, la de haberle perdonado la vida,,,,,al menos, momentanemente.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Baldomero





Estaba como un niño con juguete nuevo. Esa tarde había quedado con su viejo amigo Baldomero y como María pasaba la noche con sus padres y los niños, el tenía carta blanca. Desde que se levantó tenía mariposas en la barriga, hacía tantos años que no se encontraba tan expectante y nervioso que había olvidado esa sensación.


Baldomero siempre había sido la envidia de sus amigos. De jovenzuelos no había mujer que se le resistiera, era el que mejor le daba al balón, el más listo y el más valiente. Todos envidiaban a Baldomero pero esperaban con impaciencia su llegada al bar La Rosa, lugar de encuentro de los amigotes en aquellos memorables años. El inexorable paso del tiempo los había separado y cada uno había seguido con su vida. De higos a brevas se encontraban, un saludo y la intención de quedar para tomar unas cervezas era lo que quedaba de aquella exigua amistad. Todos habían ido cambiando con el tiempo, menos pelo, más barriga, algún achaque. ¿Todos? No, claro que no, Baldomero seguía conservándose de maravilla. Claro que él no se había casado, ni tenido hijos y por consiguiente se había librado del acoso y derribo de una suegra pendenciera. Una semanita le mandaba el a la suya y ya vería los estragos que iba a sufrir su zaina mata de pelo.



Quedaron en el bar La Medina, un sitio fino y lleno hasta la barra. Manolo iba reluciente. Había sacado brillo a sus zapatos en los que podría reflejarse las bragas de la camarera si no le hubiese dado por llevar pantalones. Su calva resplandecía mucho más que los zapatos, la había frotado con saña. Baldomero apareció con una indumentaria que le hacía parecer unos 10 años más joven que el, su pelo azabache cortado al cepillo y dos preciosas jovencitas colgadas de cada brazo. La admiración que sintió al verlo rozaba la más agónica de las envidias. Tras las presentaciones tomaron unas cuantas copas y empezaron a recordar viejas hazañas en las que, por supuesto, Baldomero siempre había sido el protagonista. Despidió a las dos mozas no sin antes haberlas abonado una impresionante propina para el taxi. Ellos siguieron bebiendo e incluso recordaron sus concursos de chupitos y aun jovenzuelo Manolo que siempre destacó a causa de sus desmayos etílicos.



Tras cuatro horas poniéndose ciegos de alcohol decidieron dormir la mona. Baldomero iba realmente cargado y Manolo decidió llevarlo a su casa. Al llegar al edificio el portero le echó una mirada asesina, seguramente era pura envidia hacia su amigo. Lo introdujo como pudo en el ascensor, realmente allí tirado no parecía un efebo precisamente. Reparó en las arrugas de su rostro y en la extremada delgadez de su cuerpo. El tiempo finalmente también iba a acabar con el gran Baldomero. Al llegar a la puerta un olor a meado y podredumbre le golpeó en la cara. Abrió la puerta y se encontró con el dantesco espectáculo, aquello era una verdadera pocilga. Los desperdicios de comida y vasos con hongos flotantes adornaban la mayoría de los muebles. Se acordó en ese instante de María, que siempre le echaba en cara que si no fuese por ella se lo comería la mierda. El pensaba que era una exagerada pero visto lo visto tenía razón. "La mierda te podía comer". Dejó a su amigo en el sumier menos mugriento que encontró y se marchó. Al bajar se encontró con el portero, el cuál sin apenas mirarlo comentó que los de asuntos sociales deberían hacer algo y encerrar de una vez al impresentable del ático. Por lo visto ninguna señora de la limpieza había aceptado trabajar para el energumeno y la que más había durado no había llegado al tercer día. Total, que su ídolo tenía los pies de lodo.


Al llegar a su casa, encontró una nota de María para que se descalzase que había encerado el suelo y le daba las indicaciones precisas para que sacara la cena del taper de la nevera. Se sonrió y miro a su alrededor con cara de satisfacción. Se sacó los zapatos y se dirigió diligente con su nota a la cocina. Cómo la echaba de menos...

martes, 9 de septiembre de 2008

Engorde Paranormal


El calor era bochornoso. El sudor le empapaba la barriga que, todo hay que decirlo, había decidido engordar por si sola. Empezaba a ser patético su modo de irse a la cama. Con la calor no era recomendable taparse con la sábana pero dejar al descubierto el montículo móvil en el que se estaba convirtiendo podría ser causa automática de divorcio. La solución fue sencilla sólo envolvería la zona VIP, dejando al fresco las piernas y hombros. Parecía un perrito caliente algo corto de pan, pero era un buen parche.


Era increíble ver como a Manolo el engorde no le sentaba ni la mitad de mal que a ella. Claro que Manolo casi no tenía culo y mucho menos caderas por lo que el balón colgante que tenía por barriga no era tan llamativo, al menos ella lo consideraba hasta interesante. Por fin algo más que agarrar.


Todo ocurrió el día que fue a colocarse los vaqueros. Había una indecente cantidad de mosquitos y los repelentes que usaba no le hacían ningún efecto. No es que le quedasen apretados, o que le faltase un poco para cerrar el botón, no! el problema era que no le pasaban de la rodilla. Uno tras otro fue probándose todos los pantalones del ropero incluyendo los de pana, un suplicio con los 35º que marcaba el termómetro. Nada. Su cuerpo había decidido expandirse a lo ancho a su antojo. Había que buscar una solución. Lo primero fue mirar las tendencias de la moda de esa temporada porque a lo mejor se llevaban las chilabas o los saris, en tal caso voalá al problema. Si volvían a llevarse los pantalones de talle bajo, la habríamos cagado porque antes del engorde ya le sentaban como un verdadero tiro.



Manolo observaba a su mujer sentada enfrente del ropero, las puertas abiertas y su mirada pérdida en el interior como si estuviese esperando algo. ¿ Se habría quedado lela por el trauma del fin de las vacaciones?. Le preguntó que cuándo se cenaba y ella le respondió que la cena estaba lista en la nevera. Pues muy tonta no está, pensó Manolo. Volvió a echar un vistazo a su mujer que seguía allí sin inmutarse mirando hacia el armario ¿y si había visto un fantasma o algo raro?. El, por supuesto, no creía en esas gilipolleces y ya sería mala leche que si había algo allí dentro su mujer no lo avisara para poner tierra de por medio. Pensar en espíritus que habitaban su armario empezó a sumirlo en un estado de canguelo bastante considerable. En su mente aparecían imágenes de seres decapitados que portaban sus cabezas bajo el brazo y que lo miraban lanzándole risas burlonas. ¿Por qué tendrían que ser tan feos? sería mucho más interesante si se parecieran a la Angelina Jolie y encima aparecieran en bolas. Estaba intentando recrear esa imagen en su mente cuándo de pronto dio un respingo. Todos los pelos del cuerpo se le pusieron tiesos, en lugar de la Jolie se le representó la imagen de una famosa tonadillera con peineta incluida que le cantaba aquello de pan tostaito migaito con café. Una vez superado el horror del primer momento se dio cuenta de que lo que realmente tenía era hambre de ahí el espeluznante numerito que le había recreado su subconsciente. Se dirigió raudo a la nevera a por su cena.


María se quedó helada al llegar a la cocina. Había decidido enfundarse en un traje de lycra para ver la reacción que ante su nueva oronda figura tendría su marido. Se lo encontró sentado ante la mesa mirando fijamente la cena, un huevo duro con unas hojas de lechuga. Por su expresión parecía que había visto al diablo.

martes, 2 de septiembre de 2008

La Edil




Se levantó muy temprano, dio un bote de la cama y salió corriendo hacia el baño. Estaba claro que cenar no era lo suyo. Su sueño había sido desapacible aunque le era imposible recordarlo. Sólo algunas caras chispeaban en su memoria. Los ojos como dos huevos duros eran el presagio de que no iba a ser su día.


Una vez sentada en la mesa de su despacho empezó a planificar las tareas del día. En las oficinas colindantes estaban de nuevo de obras. El olor a pintura era asfixiante y encima en aquel vetusto edificio era impensable colocar aire acondicionado. Unas mujeres entraban y salían revisando el trabajo de remodelación de las oficinas. Una de ellas parecía ser la líder del grupo. Vestía un traje floreado a media pierna, era rechoncha y llevaba una bolsita de plástico en la mano en la que parecía transparentarse su monedero. Debía ser la jefa porque el resto con sus camisas transparentes, escotes ombligueros y pantalones coquineros no la hubieran aceptado en sus filas con aquella simplona indumentaria.


Todas habían pasado ya sobradamente los treinta y tenían una apariencia ambigua: entre lo fashión y lo ordinario. María no se hubiese parado a estudiar con tanto de talle a aquel grupo de no ser por las continuas interrupciones a su trabajo. La puerta de su oficina era de cristal y en su despacho había también una enorme ventana, tipo pecera, que daba a la entrada , así que todo el que pasaba la veía de pleno. Se dio cuenta que cada vez que la jefa miraba hacia su oficina, escudriñando hasta el último rincón, era presagio de la entrada sin miramientos de alguna de aquellas señoras disfrazada de niñata. ¿Vosotros que hacéis aquí? ...que bien...¿cuántas sois en la oficina?.....qué estantería tan mona... A María todas aquellas interupciones la iban cabreando cada vez más. Ella también sentía curiosidad pero algo en su interior le decía que pusiera tierra de por medio con los nuevos vecinos.


Una vez instaladas, la cosa empeoró. El primer día a la hora de la salida, una de las mujeres asomó la cabeza a su despacho pidiéndole que al salir cerrara la puerta que daba paso al ala de despachos. María la miró y simplemente volvió a bajar la cabeza. Esta actitud no debió de gustarle a la tipa aquella que salió sin decir ni mu. Casi instantaneamente, se asomó otra cabeza de cabellos color pajizo, ordenándole que cerrara la puerta. A María ya le estaban empezando a tocar las narices, se contuvo un improperio y le explicó a aquella fregona pintada que esa puerta la cerraban los trabajadores de limpieza y mantenimiento. El estropajo salió . No había terminado de correr el aire que abanicaba la puerta al abrir y cerrarse cuándo otra de las mujeres entró de nuevo a su oficina. !Esta venía farruca!. María cerró los ojos y sonrió maliciosamente. No era uno de sus mejores días y el horno no estaba para bollos.

A grito pelado una mujer larguirucha, pintada cómo una careta de carnaval, volvía a ordenarle el cierre de la puerta. María tuvo una idea, le habían jodido el día. "No", respondió sin más con un volumen bien alto. La mujer se quedó de piedra, no supo si verdulear o estrangular directamente a María. La única reacción fue su salida en silencio. Esta vez la tranquilidad fue algo más duradera, cinco minutos. La siguiente en entrar debía de ir al gimnasio, porque entrar tan rápido con aquella cantidad de abalorios colgándole del cuello, orejas y brazos no debía ser nada facíl. Entró de manera rotunda, exigiendo el cierre de la puerta. Se le notaba gran soltura en la tarea de avasallamiento, se trataba seguro de la mano derecha de la marujona. La señora concejala quiere ¡que cierres la puerta!. ¿Y? fue la respuesta de María. A ella, la señora y la concejala le importaban un comino, se estaba hartando de chulerías y tenía que sofocar sus enormes ganas de salir y ponerle la bolsa de plástico en la cabeza. Recapacitó y decidió tomar el camino más doloroso para cualquiera que tuviera un cargillo: "ignorarla". Aunque la idea de asfixiarla con monedero y todo era realmente atractiva.

La desdeñada no iba a dejar las cosas asi. María se había convertido en un grano a extirpar y ella desde luego era una revienta forúnculos experimentada, cómo si no se explicaba que con aquellos modos y talante tuviese un cargo público. Sus secuaces tenían una misión: doblegar a la insurrecta de la oficina de enfrente. El siguiente ataque serían sus periódicos.



Cada mañana María recibia sus periódicos. Eran una verdadera tortura pero su trabajo la obligaba a leer los diarios. Las sicarias de la concejala empezaron a postarse en el pasillo para amedrentar a la repartidora. En cuanto se percató de esta situación, la cortó de raiz. Salió al pasillo y haciendo frente al grupito les increpó que intentarán apropiarse indebidamente de sus periódicos. Quien quiera peces que se moje el culo, debieron de pensar las esbirros al ver a una María en jarras y hecha una fiera. Se replegaron a sus cubículos cabizbajas ante la pertinaz mirada de su jefa. Ante este nuevo fracaso rodarían cabezas, de eso estaban seguras.


María seguía inquieta, aquello había sido sólo una escaramuza. La señora aquella era peligrosa, pero lo que la concejala no sabía es con quién se batía el cobre.