martes, 30 de septiembre de 2008

La tarea semanal


No le gustaban los viernes. En la oficina todos sus compañeros parecían sufrir un subidón de adrenalina ese dichoso día de la semana. Hasta la secretaria dejaba de tener cara de ajo, y pasaba más bien al verde apio.


El motivo de su infortunio era que el viernes era el día de su tarea semanal: la compra. María elaboraba con esmero una lista de los más inútiles de los productos. Siempre lo mismo que si leche, pollo, lechugas, colacao, aceite, y así un sin fin de tonterías más. Nada interesante ni importante.


Años a tras iban juntos a realizar la compra y ese momento se convertía en el preludio de una gran pelea. María parecía que entraba en éxtasis nada más pisar el supermercado. A ella le gustaba recorrer todos los pasillos y revisar todos y cada uno de los productos. Además parecía que tenía un gps incorporado, sabía perfectamente dónde se encontraba cada patata, desodorante o lata de aceitunas. ¿En que oscuro rincón de su cuerpo tendría el dichoso aparatito?. A Manolo le hervía la sangre ¿ te queda mucho? le soltaba tras cada paradita. Ella, ni caso. El carro iba llenándose lentamente. Cuándo llegaban a los estantes encima se ensimismaba leyendo la letra minúscula de algunos productos, eso ya lo ponía como una moto ¿ contaban algo interesante o se trataba de algún mensaje cifrado que sólo ellas podían entender?. Un negro pensamiento se le cruzó por la testa. Seguro que la señora que envasaba aquello, que fijo era mujer, les chivaba en forma de criptograma el siguiente estante al que debían acudir para joderle el día al marido.


Todo esto eran minucias comparado con el desdén final. Ella no percibía las ofertas de los más variopintos artilugios que de vez en cuando aparecían en algún pasillo del supermercado. Era como si el llamativo letrero se volviese invisible. Allí si que podían encontrarse los más fastuosos tesoros: palillos de dientes, tuercas, balanzas, sombrerillos de papel, infladores, zapatos sueltos de números inimaginables y un sin fin de cosas únicas e interesantes. Ella, ni caso. El puñetero carro paseaba por allí sin hacer ni una misera paradita.



Una vez llegados a la cola, que siempre era enorme por que esa es otra, parece ser que todas acuerdan la hora y el momento de llegar a las cajas, Manolo sufría un ataque de cólera. Siempre le tocaba la caja tonta, o la cajera ese día sufría una demencia, o la maquinita se estropeaba. También estaba el día de la compradora pejiguera aquella que revisa la compra tres o cuatro veces, le pregunta a la cajera por cada uno de sus cientos de parientes o bien compartía su experiencia en los estantes con la clienta de atrás. Una locura. Hasta que el coche no estaba cargado y en marcha no asomaba ni un atisbo de alivio en el careto de Manolo.

Estos motivos habían llevado a la solución final: él sería el encargado de la compra semanal. No es que la idea le resultase atractiva pero pensar en la alternativa de ir juntos le ponía la carne de gallina. Lo que no se le pasó por la cabeza fue la tercera alternativa: que María fuese sola al supermercado. Esto último sería una ruina, no sólo por el volumen de tonterías que compraría sino que además él tendría que encargarse de alguna que otra tarea doméstica y desde luego no estaba por la labor y la razón más importante ¿Quién era el guapo que se lo decía?.


miércoles, 24 de septiembre de 2008

Manolo!!! Vade Retro



Algunos meses muchas mujeres pasan días con la adrenalina por las nubes ante la incertidumbre de la visita de la Sra. regla. Esta sensación puede dar paso a doña angustia si no se desea un embarazo y si a esto le sumas el tener un porrón de años y un par de hijos ni te cuento.


María estaba histérica, llevaba unos días que en casa cuándo la veían deambular por el pasillo el resto de la familia desaparecía misteriosamente. No había dios que la aguantara. Ella no culpaba a nadie, intentaba autoconvencerse de que estas cosas a veces pasaban, pero ¿por qué a ella?. Con la de gente que ella conocía deseando de tener un hijo y no lo conseguían, desde luego no era justo.



Aún era pronto para dar la alarma general. Sólo ella conocía su calvario, claro que a no tardar la cosa se haría vox populis. El primero en enterarse tenía que ser por supuesto su Álter ego y luego sus adorados churumbeles. Ella y su Manolo habían ganado ex aequo el gran premio ergo debían compartirlo desde el principio. Mea Culpa se repetía una y otra vez, en un intento vano de autocompadecerse y reprimir unas ganas locas de emular a la Bobby. La culpa, si es que había algún culpable, desde luego era de Manolo. Intentaba no pensar en ello pero recordaba perfectamente cuándo cometieron el fallo y cómo Manolo se jactaba de tener la Cátedra del Método Ogino. No es que ella dudase del método en sí, pero desde luego el Catedrático no era nada fiable.



A veces se sentía el ser más egoísta del mundo, le preocupaba su figura. Ya le costaba mantenerse como para soportar otro embarazo. No se recuperaría. Otras veces, las peores, sufría ataques de ansiedad pensando en los problemas, que por su edad, podría tener el bebé y el tiempo que le restaría a su actual familia. No ayudaba nada a esta situación el tema laboral y a su edad tampoco era tan fácil encontrar un trabajo medio decente.


Se pasaba horas rumiando la mejor manera de decírselo a Manolo. Desde luego la que más le gustaba por el momento era aquella en la que le decía: "Manolo nos hemos quedado sin estudio". Porque claro, aunque se tratara de un mal menor, ese era otro embrollo ¿dónde lo metían?. Los hijos tenían sus dormitorios y no iban a ser ellos los que pagaran los platos rotos del frenesí de los abueletes. El estudio era el lugar preferido de Manolo, allí se pasaba las horas enchufado al ordenador, estaba abducido. Pues bien, la abducción se iba a terminar. Ella tendría que guardar sus libros en cajas y buscarles algún rincón oscuro dónde reposar. La caja de juegos de la pequeña iría a su dormitorio y los trastos del niño al suyo. Para los hijos serían daños menores pero era inevitable algunas mermas de espacio. Seguro que Manolo intentaría dar las más descabelladas ideas y excusas para no perder su dominio, pero si el embarazo se confirmaba, su suerte estaba decidida. Una sonrisa histérica se dibujo en su rostro imaginando a Manolo con el diseño de un doble piso en su habitación, dónde intentaría ubicar al nuevo miembro de la prole, es decir, dormirían con una mini buhardilla en lo alto de la cama en el mejor de los casos. Borró la patética imagen de su mente y salió a toda pastilla hacia la farmacia.


Fueron unos minutos interminables. El aparatejo colocado en la cisterna del wc la observaba de forma amenazante. Cientos de mariposas aleteaban en su barriga. No había raya. Tampoco había regla. Fue como si de pronto pesara 20 kilos menos, una sensación de tranquilidad la sumió de pronto en una vagueza total. El problema no había desaparecido pero había sufrido una especie de enanismo, ya iría al médico.


Al salir del baño se encontró a Manolo esperando en la puerta dando saltitos. Se estaba orinando, pero sabiendo que su mujer estaba de un humor de perros había preferido aguantar estoicamente. Ella le dedicó una mirada altiva y cortante, la de haberle perdonado la vida,,,,,al menos, momentanemente.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Baldomero





Estaba como un niño con juguete nuevo. Esa tarde había quedado con su viejo amigo Baldomero y como María pasaba la noche con sus padres y los niños, el tenía carta blanca. Desde que se levantó tenía mariposas en la barriga, hacía tantos años que no se encontraba tan expectante y nervioso que había olvidado esa sensación.


Baldomero siempre había sido la envidia de sus amigos. De jovenzuelos no había mujer que se le resistiera, era el que mejor le daba al balón, el más listo y el más valiente. Todos envidiaban a Baldomero pero esperaban con impaciencia su llegada al bar La Rosa, lugar de encuentro de los amigotes en aquellos memorables años. El inexorable paso del tiempo los había separado y cada uno había seguido con su vida. De higos a brevas se encontraban, un saludo y la intención de quedar para tomar unas cervezas era lo que quedaba de aquella exigua amistad. Todos habían ido cambiando con el tiempo, menos pelo, más barriga, algún achaque. ¿Todos? No, claro que no, Baldomero seguía conservándose de maravilla. Claro que él no se había casado, ni tenido hijos y por consiguiente se había librado del acoso y derribo de una suegra pendenciera. Una semanita le mandaba el a la suya y ya vería los estragos que iba a sufrir su zaina mata de pelo.



Quedaron en el bar La Medina, un sitio fino y lleno hasta la barra. Manolo iba reluciente. Había sacado brillo a sus zapatos en los que podría reflejarse las bragas de la camarera si no le hubiese dado por llevar pantalones. Su calva resplandecía mucho más que los zapatos, la había frotado con saña. Baldomero apareció con una indumentaria que le hacía parecer unos 10 años más joven que el, su pelo azabache cortado al cepillo y dos preciosas jovencitas colgadas de cada brazo. La admiración que sintió al verlo rozaba la más agónica de las envidias. Tras las presentaciones tomaron unas cuantas copas y empezaron a recordar viejas hazañas en las que, por supuesto, Baldomero siempre había sido el protagonista. Despidió a las dos mozas no sin antes haberlas abonado una impresionante propina para el taxi. Ellos siguieron bebiendo e incluso recordaron sus concursos de chupitos y aun jovenzuelo Manolo que siempre destacó a causa de sus desmayos etílicos.



Tras cuatro horas poniéndose ciegos de alcohol decidieron dormir la mona. Baldomero iba realmente cargado y Manolo decidió llevarlo a su casa. Al llegar al edificio el portero le echó una mirada asesina, seguramente era pura envidia hacia su amigo. Lo introdujo como pudo en el ascensor, realmente allí tirado no parecía un efebo precisamente. Reparó en las arrugas de su rostro y en la extremada delgadez de su cuerpo. El tiempo finalmente también iba a acabar con el gran Baldomero. Al llegar a la puerta un olor a meado y podredumbre le golpeó en la cara. Abrió la puerta y se encontró con el dantesco espectáculo, aquello era una verdadera pocilga. Los desperdicios de comida y vasos con hongos flotantes adornaban la mayoría de los muebles. Se acordó en ese instante de María, que siempre le echaba en cara que si no fuese por ella se lo comería la mierda. El pensaba que era una exagerada pero visto lo visto tenía razón. "La mierda te podía comer". Dejó a su amigo en el sumier menos mugriento que encontró y se marchó. Al bajar se encontró con el portero, el cuál sin apenas mirarlo comentó que los de asuntos sociales deberían hacer algo y encerrar de una vez al impresentable del ático. Por lo visto ninguna señora de la limpieza había aceptado trabajar para el energumeno y la que más había durado no había llegado al tercer día. Total, que su ídolo tenía los pies de lodo.


Al llegar a su casa, encontró una nota de María para que se descalzase que había encerado el suelo y le daba las indicaciones precisas para que sacara la cena del taper de la nevera. Se sonrió y miro a su alrededor con cara de satisfacción. Se sacó los zapatos y se dirigió diligente con su nota a la cocina. Cómo la echaba de menos...

martes, 9 de septiembre de 2008

Engorde Paranormal


El calor era bochornoso. El sudor le empapaba la barriga que, todo hay que decirlo, había decidido engordar por si sola. Empezaba a ser patético su modo de irse a la cama. Con la calor no era recomendable taparse con la sábana pero dejar al descubierto el montículo móvil en el que se estaba convirtiendo podría ser causa automática de divorcio. La solución fue sencilla sólo envolvería la zona VIP, dejando al fresco las piernas y hombros. Parecía un perrito caliente algo corto de pan, pero era un buen parche.


Era increíble ver como a Manolo el engorde no le sentaba ni la mitad de mal que a ella. Claro que Manolo casi no tenía culo y mucho menos caderas por lo que el balón colgante que tenía por barriga no era tan llamativo, al menos ella lo consideraba hasta interesante. Por fin algo más que agarrar.


Todo ocurrió el día que fue a colocarse los vaqueros. Había una indecente cantidad de mosquitos y los repelentes que usaba no le hacían ningún efecto. No es que le quedasen apretados, o que le faltase un poco para cerrar el botón, no! el problema era que no le pasaban de la rodilla. Uno tras otro fue probándose todos los pantalones del ropero incluyendo los de pana, un suplicio con los 35º que marcaba el termómetro. Nada. Su cuerpo había decidido expandirse a lo ancho a su antojo. Había que buscar una solución. Lo primero fue mirar las tendencias de la moda de esa temporada porque a lo mejor se llevaban las chilabas o los saris, en tal caso voalá al problema. Si volvían a llevarse los pantalones de talle bajo, la habríamos cagado porque antes del engorde ya le sentaban como un verdadero tiro.



Manolo observaba a su mujer sentada enfrente del ropero, las puertas abiertas y su mirada pérdida en el interior como si estuviese esperando algo. ¿ Se habría quedado lela por el trauma del fin de las vacaciones?. Le preguntó que cuándo se cenaba y ella le respondió que la cena estaba lista en la nevera. Pues muy tonta no está, pensó Manolo. Volvió a echar un vistazo a su mujer que seguía allí sin inmutarse mirando hacia el armario ¿y si había visto un fantasma o algo raro?. El, por supuesto, no creía en esas gilipolleces y ya sería mala leche que si había algo allí dentro su mujer no lo avisara para poner tierra de por medio. Pensar en espíritus que habitaban su armario empezó a sumirlo en un estado de canguelo bastante considerable. En su mente aparecían imágenes de seres decapitados que portaban sus cabezas bajo el brazo y que lo miraban lanzándole risas burlonas. ¿Por qué tendrían que ser tan feos? sería mucho más interesante si se parecieran a la Angelina Jolie y encima aparecieran en bolas. Estaba intentando recrear esa imagen en su mente cuándo de pronto dio un respingo. Todos los pelos del cuerpo se le pusieron tiesos, en lugar de la Jolie se le representó la imagen de una famosa tonadillera con peineta incluida que le cantaba aquello de pan tostaito migaito con café. Una vez superado el horror del primer momento se dio cuenta de que lo que realmente tenía era hambre de ahí el espeluznante numerito que le había recreado su subconsciente. Se dirigió raudo a la nevera a por su cena.


María se quedó helada al llegar a la cocina. Había decidido enfundarse en un traje de lycra para ver la reacción que ante su nueva oronda figura tendría su marido. Se lo encontró sentado ante la mesa mirando fijamente la cena, un huevo duro con unas hojas de lechuga. Por su expresión parecía que había visto al diablo.

martes, 2 de septiembre de 2008

La Edil




Se levantó muy temprano, dio un bote de la cama y salió corriendo hacia el baño. Estaba claro que cenar no era lo suyo. Su sueño había sido desapacible aunque le era imposible recordarlo. Sólo algunas caras chispeaban en su memoria. Los ojos como dos huevos duros eran el presagio de que no iba a ser su día.


Una vez sentada en la mesa de su despacho empezó a planificar las tareas del día. En las oficinas colindantes estaban de nuevo de obras. El olor a pintura era asfixiante y encima en aquel vetusto edificio era impensable colocar aire acondicionado. Unas mujeres entraban y salían revisando el trabajo de remodelación de las oficinas. Una de ellas parecía ser la líder del grupo. Vestía un traje floreado a media pierna, era rechoncha y llevaba una bolsita de plástico en la mano en la que parecía transparentarse su monedero. Debía ser la jefa porque el resto con sus camisas transparentes, escotes ombligueros y pantalones coquineros no la hubieran aceptado en sus filas con aquella simplona indumentaria.


Todas habían pasado ya sobradamente los treinta y tenían una apariencia ambigua: entre lo fashión y lo ordinario. María no se hubiese parado a estudiar con tanto de talle a aquel grupo de no ser por las continuas interrupciones a su trabajo. La puerta de su oficina era de cristal y en su despacho había también una enorme ventana, tipo pecera, que daba a la entrada , así que todo el que pasaba la veía de pleno. Se dio cuenta que cada vez que la jefa miraba hacia su oficina, escudriñando hasta el último rincón, era presagio de la entrada sin miramientos de alguna de aquellas señoras disfrazada de niñata. ¿Vosotros que hacéis aquí? ...que bien...¿cuántas sois en la oficina?.....qué estantería tan mona... A María todas aquellas interupciones la iban cabreando cada vez más. Ella también sentía curiosidad pero algo en su interior le decía que pusiera tierra de por medio con los nuevos vecinos.


Una vez instaladas, la cosa empeoró. El primer día a la hora de la salida, una de las mujeres asomó la cabeza a su despacho pidiéndole que al salir cerrara la puerta que daba paso al ala de despachos. María la miró y simplemente volvió a bajar la cabeza. Esta actitud no debió de gustarle a la tipa aquella que salió sin decir ni mu. Casi instantaneamente, se asomó otra cabeza de cabellos color pajizo, ordenándole que cerrara la puerta. A María ya le estaban empezando a tocar las narices, se contuvo un improperio y le explicó a aquella fregona pintada que esa puerta la cerraban los trabajadores de limpieza y mantenimiento. El estropajo salió . No había terminado de correr el aire que abanicaba la puerta al abrir y cerrarse cuándo otra de las mujeres entró de nuevo a su oficina. !Esta venía farruca!. María cerró los ojos y sonrió maliciosamente. No era uno de sus mejores días y el horno no estaba para bollos.

A grito pelado una mujer larguirucha, pintada cómo una careta de carnaval, volvía a ordenarle el cierre de la puerta. María tuvo una idea, le habían jodido el día. "No", respondió sin más con un volumen bien alto. La mujer se quedó de piedra, no supo si verdulear o estrangular directamente a María. La única reacción fue su salida en silencio. Esta vez la tranquilidad fue algo más duradera, cinco minutos. La siguiente en entrar debía de ir al gimnasio, porque entrar tan rápido con aquella cantidad de abalorios colgándole del cuello, orejas y brazos no debía ser nada facíl. Entró de manera rotunda, exigiendo el cierre de la puerta. Se le notaba gran soltura en la tarea de avasallamiento, se trataba seguro de la mano derecha de la marujona. La señora concejala quiere ¡que cierres la puerta!. ¿Y? fue la respuesta de María. A ella, la señora y la concejala le importaban un comino, se estaba hartando de chulerías y tenía que sofocar sus enormes ganas de salir y ponerle la bolsa de plástico en la cabeza. Recapacitó y decidió tomar el camino más doloroso para cualquiera que tuviera un cargillo: "ignorarla". Aunque la idea de asfixiarla con monedero y todo era realmente atractiva.

La desdeñada no iba a dejar las cosas asi. María se había convertido en un grano a extirpar y ella desde luego era una revienta forúnculos experimentada, cómo si no se explicaba que con aquellos modos y talante tuviese un cargo público. Sus secuaces tenían una misión: doblegar a la insurrecta de la oficina de enfrente. El siguiente ataque serían sus periódicos.



Cada mañana María recibia sus periódicos. Eran una verdadera tortura pero su trabajo la obligaba a leer los diarios. Las sicarias de la concejala empezaron a postarse en el pasillo para amedrentar a la repartidora. En cuanto se percató de esta situación, la cortó de raiz. Salió al pasillo y haciendo frente al grupito les increpó que intentarán apropiarse indebidamente de sus periódicos. Quien quiera peces que se moje el culo, debieron de pensar las esbirros al ver a una María en jarras y hecha una fiera. Se replegaron a sus cubículos cabizbajas ante la pertinaz mirada de su jefa. Ante este nuevo fracaso rodarían cabezas, de eso estaban seguras.


María seguía inquieta, aquello había sido sólo una escaramuza. La señora aquella era peligrosa, pero lo que la concejala no sabía es con quién se batía el cobre.

miércoles, 23 de julio de 2008

Una obra de envergadura









Cariño, tenemos que poner una repisa en este cuarto. Manolo sabe que su mujer no se refiere a ponerla mañana, ni mucho menos la semana que viene, una propuesta de este tipo significa inmediatamente. Coge las llaves del coche y sale a toda velocidad a comprar los materiales. Esta parte, la de ir a por los utensilios le gusta bastante excepto como en esta ocasión que lo acompañará la plasta de su señora y no le dejará recrearse en el departamento de tornillos, clavos y espiches.


¿ Qué estantería te gusta más?. Manolo no piensa preocuparse en ver cuál es la más operativa, ni cuál es a su parecer la más bonita. Sería una preocupación vana ya que al final será ella, como siempre, la que elija y normalmente escoge la más complicada de colocar. Eso sí, cuándo se encuentran con el conocido de turno en la caja de la tienda, ella le mostrará la estantería que "hemos" comprado.



Una vez en casa llega uno de los momentos críticos: María debe decidir dónde colocar aquello. Manolo alza el tablero y empieza a colocarlo en distintos puntos de la pared. Su mujer en la puerta de la habitación va dándole las órdenes pertinentes. Más abajo... súbelo un poco de la derecha... más a la izquierda... A él ya empieza a temblarle los brazos y le entran unas enormes ganas de lanzarle el tablero, de manera que quedara aplastada como un mosquito. Hace un sublime esfuerzo por no tirarle a su mujer el tablero, porque si falla y desconcha la pared, igual se cabrea.


Es coger el taladro y queda demostrado que su mujer desaparece. Antes de perforar la pared, medirá por espacio de más de una hora. Tras unos complicadísimos cálculos matemáticos tendrá posicionados los cuatro puntos dónde hará los agujeros. Con el taladro tendrá que tener cuidado, las paredes tienen una capa de una pasta muy delicada ya que en su día decidieron quitar el gotelé para tener unas paredes suaves y lisitas como el culito de un bebe.


Una vez listos los boquetes, hay que colocar los espiches. Cuando está espichando se da cuenta de el porqué la gente utiliza la palabra espichar cuando uno la palma. Se trata de meter el trozo de plástico en un boquete, en definitiva, lo mismo que le pasa a uno cuándo está fiambre. Se quita estos negros pensamientos de la cabeza pensando que el muerto al hoyo y el vivo al bollo, así que sigue espichando. A todo esto, su mujer lleva ya unos cuántos paseitos por la habitación sin dirigirle la palabra. Pasa como si aquello no estuviera sucediendo aunque él sabe que de soslayo le esta haciendo un riguroso examen y que si no le ha dado un grito es que está aprobando. Si encima no habla se trata de un aprobado con nota. Se relame pensando en la gratificación que recibirá esa noche. Desde luego es un genio.


Cuándo la obra esta avanzada ella se planta en medio de la habitación para darle ánimos. ¡Que mal te está quedando!. El tiene ganas de darle el martillo para que ella la ponga como le de la gana, pero María con un martillo en la mano podría ser muy dañina para su salud, así que la mira, le suelta dos o tres improperios y continua enfrascado en su tarea.


Tras cuatro horas de sufrimiento la estantería queda lista. María da su aprobación con un leve asentimiento de cabeza, ahora llega el momento de comprobar la calidad del nuevo estante. Coge una pila de libros y empieza a colocarlos. Su marido aguanta la respiración cada vez que coloca un nuevo tomo, el derrumbe del estante sería declarado catástrofe total y no quería ni pensar en las indemnizaciones. Todo correcto, ha fabricado la catedral de las estanterías. Su pecho se hincha de orgullo y empieza a pavonearse alrededor de su mujer cual palomo en celo. Ella le lanza una sonrisa y se quita de en medio volviendo a sus quehaceres.



Esa noche recibieron la visita de sus suegros. María llevó a su madre a la habitación y le mostró con orgullo la nueva estantería que ella había puesto. Desde luego Manolo tienes una mujer que no te la mereces. Eso mismo piensa Manolo: ¿Qué he hecho yo para merecerme esto?.

martes, 15 de julio de 2008

La Reina Negra





El revuelo en la escalera duraba ya una semana. Cada vez que salía de casa veía el enjambre de vecinas cuchicheando. Algo se estaba cocinando y lo que fuera lo iban a dejar bien churruscadito.


Manolo entró en casa con una gran sonrisa. ¿María has visto a la nueva vecina? !Que pedazo de mulata!. No tengo ni idea, pero ya sabía yo que algo estaba ocurriendo: están las vecinas revolucionadas. María decidió que tenía que verla, tenía que ser una mujer de bandera para que el zumbido vecinal durase ya una semana y siguiera increcento. A su marido y sus comentarios ya los apañaría más tarde.



Al volver del trabajo al día siguiente, se encontró con una nueva reunión de espeluznadas vecinas y algún que otro varón. Estos últimos podían ser de dos tipos: el que estaba interesado más allá de lo aceptable en el bombonazo, mal asunto si encima era un costillar de alguna de aquellas arpías; y el que tenía una vena marujil, peor todavía, ya que estas lenguas viperinas tiran a matar. Decidió escuchar de soslayo algunos comentarios. Lo primero sería pararse a rebuscar las llaves, como si su bolso fuese el gran desconocido. Luego se le caerían, con las prisas es que no se atina. !Pena de no tener cordones!, pensó María. Aún quedaba el enganche, es decir, hacer que el asa del bolso se quedara cogida con el pomo del portal, tarea para la que se necesita destreza pero que ella solventaría airosamente. Por último, mirar el correo lo cuál le daría algún minuto más ya que es de dominio general, que los buzones con el incremento de la publicidad están medio reventados y cuesta un huevo abrirlos.


Cuestionaban la moralidad de la nueva vecina. Que si va provocando, que si tanto maquillaje, que a saber tú dónde trabajará, que si me han dicho que han oído, bla, bla, bla. Oír aquello y pensar en la canción de Ruibal "la diosa de África", fue todo en uno. !No veas cómo debe ser la vecina! pensó María. Justo iba abrir la puerta del ascensor cuándo la vio dentro. Realmente era una mujer despampante. Mediría algo más de un metro setenta, era desde luego negra zaina, esbelta y con una cara preciosa. No tenía nada que envidiarle a la Campbell. Cuándo se encontraron la mujer le lanzó una enorme y franca sonrisa, que ella devolvió con un amable saludo. Su indumentaria era de lo más correcta, pero claro con aquel cuerpazo un pantalón vaquero se convertía en arma de depravación. Si ella tuviese aquel tipo las vecinas iban a tener de que hablar durante dos meses seguidos, eso seguro.


Unos días más tarde, volvieron a coincidir en el rellano del ascensor. Se saludaron y entablaron una breve conversación. Libia, que así se llamaba, estaba de paso. Había sido contratada por una importante cadena hotelera para cubrir un puesto directivo en la organización de un reconocido campeonato de polo. Su familia era originaria de Cabo Verde, pero ella había estudiado y pasado la mayor parte de su vida en Francia. La chica era simpatiquísima, lo cuál le añadía un porrón de puntos para convertirse en la diana favorita del vecindario. Lo de la belleza se lo cargaban estas facilmente: operaciones, trasplantes... pero que fuese inteligente y simpática, era un pecado capital.



María estaba encantada. Modestamente había recuperado parte de su liderazgo como blanco del cotilleo vecinal. ¿Habéis visto las buenas migas que ha hecho la negra con la del último?, su marido estará contento, algo deben tener estas que no sabemos vete tú a saber. Ella disfrutaba y disfrutó aún más cuándo Libia les invitó a tomar un café y enseñarles el hotel. Aceptaron la invitación y quedaron para esa misma tarde.



El hotel era de lo más lujoso que habían visto en su vida. Al llegar a la puerta un señor vestido de novio se les acercó con una sonrisa. Manolo lo saludó e intentó hacerle comprender antes de nada que ellos no venían a la ceremonia. Era el botones. En ese momento apareció Libia enfundada en un bonito traje de chaqueta color aguamarina, estaba radiante. Venía acompañada de un hombre que parecía sacado de un anuncio, era su marido. Acababa de llegar de Nantes y se quedaría con ella hasta que terminara el trabajo que la había traído a estos lares. Pasaron una velada muy agradable. Manolo disfrutó de lo lindo, aunque hubiese preferido quedarse un poco más con el guardacoches, alucinando con tener tan cerca aquellos lujosos vehículos.



La vuelta de Libia a su piso acompañada de su marido, aminoró los rumores. La mayoría de las vecinas sólo tenían ojos para él. Fue una época de mujeres emperifolladas hasta para sacudir el felpudo y de ridículas indumentarias que sobrepasaban lo ordinario. Un tiempo memorable, que María recordaría siempre. ¿Cómo olvidar a la casta y fina del tercero enfundada en aquel mono de lycra blanco, con el pecho apuntando al suelo y dos acordeones en las caderas? ¿y las minifaldas tipo cinturón y escotes que se lucieron sin remilgos hasta las más pudorosas?.



Sólo se le había quedado una espinita, Manolo. Tenía que pensar en algo para hacerle sudar aquel comentario sobre la mulata. Todo lo que maquinaba se le volvía en contra nada más pensarlo... ella soñaba con el marido de Libia anunciando Abanderado.

lunes, 7 de julio de 2008

La Sobrina



Todos somos iguales, aunque nos afanamos por ser diferentes. Destacar de una manera u otra puede ser un objetivo aunque nunca debería ser una meta.


María se afana por recoger la casa, hoy tienen visita. Ayer la llamó su marido para anunciarle que su sobrina Sonia pasaría a verlos. Ella vive en el norte y hace más de tres años que no se ven. María la recuerda cómo una joven bonita y agradable que por aquel entonces acababa de terminar sus estudios. El tiempo aún acompañaba y el calor aún no había empezado a hacer de las suyas. Así, excepto en algunas horas puntas, los días eran agradables. Manolo repasó las luces del aseo, una estaba fundida y recordaba que Sonia se pasaba horas y horas metida en el baño acicalándose.


De la nevera colgaba un enorme papel en el que María había programado cada día al minuto. Él se cansaba sólo de leerlo. Cuándo sonó el telefonillo, se colocaron todos en la puerta con una amplia sonrisa. Por fin se abrió el ascensor y salió la chica. Los niños fueron rápidamente a darle el beso de bienvenida, su madre les había dado instrucciones precisas del recibimiento que debían darle a su prima y de, no ser así, se expondrían a la ira materna. A Manolo se le quedó cara de pasmo. No sabía si aquello era una mujer o una chatarrería ambulante. ¡Flipante!. Algunas de aquellas tuercas y alambres que le colgaban del cuerpo eran increíbles. Hizo un rápido repaso mental de su caja de herramientas; él creía que la tenía bien surtida pero viendo aquello su caja era una verdadera porquería. Salvado aquel primer instante de expectación y tras recibir un disimulado codazo en el costillar, se acercó a la sobrina la besó y recogió su maleta. La maleta consistía en una mugrosa bolsa de lona, de la que era imposible detectar el color.


María atosigaba a la invitada a preguntas, ofreciéndole café, zumo, agua, refrescos y galletas. Sonia se dirigió al aseo para refrescarse un poco y prometió que luego les contaría resumidamente como le iba la vida. Fueron al salón, la chica cogió su bolsa de lona y la colocó en el suelo para tumbarse encima, según les comentó estaba acostumbrada a reposar en aquella postura. Al principio, no les fue fácil entenderla. Llevaba una especie de chincheta en la lengua que hacía que pronunciara algunas palabras cómo si llevara un trozo de trapo en la boca. María observaba lo bien que le quedaban la camiseta interior de colores y los pantis. Parecían una segunda piel, era increíble. De repente se dio cuenta de que aquello no era tela, ¡era su pellejo!. Sólo el trozo de cara que se dejaba ver tras el metal no estaba tatuado.


La sobrina les comentó que al terminar la universidad decidió autoencontrarse y que los piercings eran la mejor forma de expresión del arte corporal. María le confesó que en un primer momento había pensado que sufría de una rara epidemia de verrugas, lo cuál la había alarmado un poco por miedo al contagio. Manolo no abría la boca, había descubierto en la oreja derecha de Sonia una colección de anzuelos envidiable.


Todo había empezado el último año de medicina. Había conocido a un joven y empezado una bonita historia de amor. Ella terminó con unas notas envidiables que le permitían elegir trabajar de residente en el hospital que le viniera en gana. El chico, por su parte, ese año no acababa todavía y sus notas eran tan nefastas que sólo entraría en un determinado hospital, que para más señas estaba en el quinto pino. Total que ella hizo sus maletas y allá que se fue a esperarlo. El alquiler del primer año era asfixiante por lo que entre la falta de pelas y las horas de trabajo la convirtieron en una especie de ermitaña. No lo llevaba tan mal al parecer. Deseaba que pasara rápidamente el año y que su novio terminara de una vez para reunirse con ella. Entre los dos pagarían el piso, tal y cómo habían planeado. Tendrían dinero y lo que era más importante, se tendrían el uno al otro. Llegado el momento, Jacinto, que así se llamaba la joya, le dio el notición: Por fin he terminado, en un mes estaré ahí pero necesito que tengas preparada la otra habitación. Resumiendo, el tal Jacinto se había echado novia y se mudaban al piso de Sonia.


María no entendía como su sobrina les permitió la mudanza. Ella, desde luego, habría cogido al imbécil aquel y le habría dado para el pelo. Así fue como Sonia, al año siguiente, se mudó de piso y empezó a compartir otro con unos jóvenes que se dedicaban a las artes: Pintores y músicos, en su mayoría, que intentaban triunfar pero que a lo sumo, trabajaban de saltimbanquis por las calles. Para subsistir decidieron montar un negocio de tatuajes y piercings. Sonia era la principal accionista ya que sólo ella tenía un oficio remunerado. Además de poner el dinero había servido de modelo para los artistas: ella era la promoción andante del negocio.


La sobrina no quiso quedarse, estaba sólo de paso. Sus amigos habían venido con ella y la esperaban en una furgoneta con la que estaban recorriendo todo el sur de playa en playa. Eran lugares idóneos para, aprovechando las vacaciones, hacer algunos trabajitos extras: pequeños tatuajes de henna y trencitas de colores. A millonarios estos no llegan, parecían decirse uno al otro con la mirada.


Se quedaron muy tristes, contemplaban a los niños pensando en lo caprichoso que es el destino y las putadas que la suerte te puede jugar. Eso sí, si alguna vez se topaban con Jacinto le iban a dar hasta en el carné de identidad.

miércoles, 2 de julio de 2008

La Leona





Recordaba que su madre siempre le decía que a la calle se iba con las mejores bragas (y por supuesto límpias), que si le pasaba algo no era plan de ir hecha un adefesio. !Qué razón tenía!. Siempre hay que estar preparada. Claro que con tantas cosas que hacer al cabo del día casi no le queda tiempo a una para dedicarse. Hoy tocaba playa y ella sin depilar.¿Quién le decía a los niños que no irian a la playa por que mami estaba un poco peluda? Decir eso era lo mismo que poner una fotografía tipo poster en el ascensor. Claro que los niños, en su bendita inocencia, no entienden de pudores. A veces, da que pensar el tema ¿realmente cuentan las intimidades de casa de forma tan inocente?.


En fin, había que resignarse, buscar un lugar apartadito y poco concurrido. Arregló a los chiquillos y se colocó el biquini, una monada pensaba mientras se miraba al espejo. Si, una verdadera simia. Tampoco es que tuviese un vello como para ir barriendo el suelo. No era eso, pero aunque fueran pocos la obsesionaban sobremanera. Bastante caótico era enseñar las carnes a principio de temporada cómo para encima no estar perfecta. Esos días de inicio al verano eran mortales, la piel había perdido el color y por tanto la carne resaltaba con lustre cegador. Ya era inutil maldecir las cervecitas frescas y las tapitas... No había marcha atrás. ¿Por qué le gustaba tanto una birra?.

Llegarón a la playa, los niños corrieron a jugar con los amiguitos, ella sonrió amablemente a las mamis. Soltó el bolso y empezó con el suplicio. Mientras se bajaba el pantalón del chandal calibraba las opciones: Una, tumbarse como si nada en la toalla; dos, tumbarse debajo de la toalla y tres, tirarse de cabeza en la arena y rebozarse cual croqueta. Esta última, desde luego, era la más aceptable. Dicho y hecho, se quitó la ropa y empezó a revolcarse por la arena. Disimuladamente, claro...jajajaja.... una rodadita a la derecha...no me digas.... rebozo hacia la izquierda. Alguna de las mamis la miraban con cara de sorpresa, ella se hizo la sueca y al cabo de cinco minutos era una más del grupo.


Cuándo finalizaron de dar un severo repaso a todo bicho viviente que osaba pasear por la playa sacaron el tema del final de curso de los niños. Primero abordaron el asunto de la fiesta, lo preciosos que iban a ir los pequeños con sus disfraces. Ellas habían elaborado trajes que eclipsarían al más selecto público de la pasarela cibeles. María decidió asentir y sonreir, ella desde luego había comprado el traje de la pequeña, la aguja y el dedal pertenecían al mundo de la dimensión desconocida y tenía traumáticos recuerdos de algún remoto intento. Uno de los inventos más revolucionarios de este siglo había sido, desde luego, el pegamento textil para coger los bajos de los pantalones. Le vino a la mente su marido con el bajo cogido con grapas... Apartó rapidamente aquel recuerdo que le traía a la mente a un Manolo encendendido y algo mosqueado tras haber sido objeto de escarnio en el trabajo. Luego empezaron con las notas. En ese momento María decidió sacudirse lo que buenamente pudo, se vistió y recogio apresuradamente. Los niños desfilaron raudos al grito de retirada hacia el coche.


De vuelta a casa iba sumergida en su mundo, un mundo lleno de Einsteins pequeñajos con gafas de culo de botellas que la asediaban continuamente. Sus hijos no eran perfectos pero jamás toleraría un murmullo sobre ellos. La pequeña, dulce y cariñosa, iba siempre a su ritmo, lo que ocurría que era un ritmo lento, bueno, muy lento. La maestra siempre le decía que era muy buena pero demasiado tranquila, vamos que, traduciendo, a la niña le pesaba el papo. Eso sí, era bastante inteligente para su edad por lo que destacaba en clase sin tener que hacer mucho esfuerzo. Qué sabia compensación de la naturaleza. Los niños, unos noblotes, habían convertido los boletines de notas en el huerto del tío Perico, en el que abundaban los calabacines y calabazas.


Esa noche tuvo un extraño sueño: ella era una leona acorralada por enormes hienas y sus pequeñas crias engafadas. Lo único que recordaba con lucidez era un extraño placer y el liquido tibio y rojo que le corría por la boca, a su alrededor no quedaba nada.

miércoles, 25 de junio de 2008

La Feria




El verano invita a la fiesta y al jolgorio. Al refresco de la noche, la gente sale a celebrar el tueste matutino.


¡Niña, arréglate que nos vamos de fiesta!. Era el primer día de feria en el pueblo y Manolo tenía ganas de marcha. A las doce del medio día, María se encontraba preparando los trajes de feria. En el termómetro, 38º. Puso la plancha y con el vaporcillo le entró el primer soponcio. Su marido había quedado a las dos de la tarde en la caseta, una hora estupenda...
Se decidió por una falda negra de amazona, camisa sin mangas pero con chorreras y una enorme flor colorá para el pelo. !Que guapa estás, mujer!, le decía una y otra vez su marido. Ella le sonreía sin levantarse de la silla. Su mirada quedaba fijada sobre las dos botas camperas que descansaban a su lado. Aquello iba a ser un martirio, con aquella calor y eso en los pies, la juerga de juanetes estaba asegurada. Se armó de valor y se las encasquetó. Ya estaban listos.
Al salir de casa recibieron el primer bofetón de calor. Paseaban por el recinto en busca de su caseta que tenía aire acondicionado. Iban chorreando. En las calles habían colocado numerosos aspersores que lanzaban una sutil llovizna. Ella iba andando justamente debajo de los chorros pero aquello no mojaba. Manolo iba radiante, muy contento con la camisa empapada en sudor y pegada al cuerpo.
Le pegaron a la manzanilla y al fino como descosidos; tampoco le hicieron ascos a la cerveza y al tintorro. El de la barra con aquellas temperaturas se iba a hacer de oro. El panorama era dantesco, en menos de dos horas estaban todos borrachos como cubas, cuanto más bebían más calor tenían. ¡ Otra jarrita! que estamos achicharraos. Los más osados salían a bailar y a más de uno hubo que sentarlo y prestarle los primeros auxilios.



María sentada estaba pasando un verdadero calvario. El dolor en sus pies era insoportable. Tenía que pensar en algo y deprisa. Se quitó las botas y las dejó justo debajo de su falda, de modo que el que la miraba no podía ni imaginar que en realidad estaba descalza. Ahora sí que empezaba a disfrutar. Una señora que estaba a su lado iba menguando en la silla. Llevaba un hermoso vestido con más de diez volantes y una peineta gigante en la cabeza. Era como si el vestido se la estuviese comiendo, cada vez se veían más volantes y menos carne. De pronto el vestido cayó al suelo. Dos caballeros fueron en su auxilio. Levantaron el amasijo de tela y empezaron a buscar al ente que se suponía vivía dentro. Una nueva baja. Habían habilitado un área en la caseta para el depósito de los caídos y la zona empezaba a saturarse.



Manolo era inmune. Su mujer lo llamó para que se fijara en su amigo Antonio. Llevaba más de dos horas apoyado en la barra sin moverse. Se acercó y empezó a hablarle pero no obtuvo ninguna respuesta. Los ojos de su amigo miraban hacia un único punto en la pared de la caseta. Craso error el de Manolo, mira que tocarle el codo, único punto de apoyo del amigo a la barra. Calló en perpendicular al albero.



Después de aquello decidieron marcharse. El sol por fin se apagaba y aprovecharían la fresca para la vuelta. Cuando llegaron a casa Manolo descubrió que María iba descalza. En la caseta delante de una silla descansaban sus botas camperas.

lunes, 23 de junio de 2008

La Noche de San Juan



La noche del 23 de junio se convierte en día con la luz de las hogueras. Se rinde homenaje al gran astro luminoso, haciéndolo presente incluso cuando está en su retiro. Pero es, sobretodo, una noche mágica en la que la tradición nos concede los deseos a través de multitud de rituales.




Llegaron pronto a la playa, querían ver los "Juanillos" antes de que se convirtieran en cenizas. La gente estaba toda la tarde improvisando sus muñecotes de leña y trapo, los cuáles representaban algo negativo que deseaban borrar de sus vidas mediante el fuego purificador. Así construían pateras, y recreaban guerras, políticos, artistas, jefes e incluso a cruentos criminales. Todo debía estar listo para arder a media noche. Cada cuál quemaba lo que le daba la real gana. Bueno, más de una vez hubo que llamar a las fuerzas del orden por que algún vecino se empeñaba en hacer creer que la suegra era un Juanillo, y claro, no colaba.


La gente se sentaba en corrillos, hacían su pequeña fogata y esperaba la hora mágica para echar en ella los más variados artilugios. Entre las que más ardían estaban las de los estudiantes que echaban todos sus apuntes al fuego. Con algunos tochos las llamas se sobrealimentaban logrando un tamaño considerable. Todos tenían papelotes en las manos en los que habían impreso sus deseos aniquiladores. Algunas mujeres se iban a la orilla y comenzaban a dar saltitos sobre las olas. María le explicó que debían de dar nueve saltos para propiciar el embarazo. Manolo no podía dejar de mirar a una abuela que saltaba como una descosida... Claro, con nueve ésta ni de coña.


Se acercaron a la orilla dónde un grupo bien nutrido de personas de distinta índole tiraba flores al mar, preguntaron para qué lo hacían y se armó la marimorena. Unos que para que volviera el ser amado, otros que por los que ya no están, los menos por que el resto lo hacía...No hubo manera de que se pusieran de acuerdo y se ensalzaron en una turbulenta discusión.



Lo más llamativo era, sin duda, el baño. Muchos de los congregados tras la quema corrían rápidamente al agua a terminar de purificarse. Los más osados totalmente en bolas e incluso alguno, andaba desnudo y de espaldas hacia el agua, con el fin de que se le otorgara el don de realizar prodigios. Mirando a uno de estos últimos, notaron que realmente al hombre le hacía falta el hechizo por que poco prodigio iba a realizar con aquel colgajillo.



Tampoco faltaban las brujas. Se las veía bailar alrededor de las hogueras, algunas a ritmo de Hip-Hop, Dance e incluso al son del Fari. Una de ellas vociferaba una lista de predicciones: escribe en un papel lo que quieras olvidar y quemalo... si te pones bajo una higuera con una guitarra esta noche la tocarás como Paco de Lucía... esta noche florecerán las higueras y los helechos.....Y así una larga perorata. A Manolo se le puso la carne de gallina ante aquel espectáculo. María, el año que viene voy a ponerme debajo de la higuera con la flauta, la guitarra y las castañuelas; me llevaré una palangana con agua de mar para pegarme un baño en pelotas, en una mano llevaré el papel para quemar los malos momentos y en la otra el mechero. María lo miró perpleja. ¿Y con qué piensas tocar la guitarra?. Bueno mejor no me contestes y vamonos a casa.


Echaron un último vistazo a la playa: fuego, baile, gritos y gente desnuda corriendo.... ¡El diablo andaba suelto!.

miércoles, 18 de junio de 2008

Povedilla




Los recuerdos son el billete de ida y vuelta al pasado, en viajes de trayectoría corta. Cuándo regresamos traemos sonrisas añoranzas, lágrimas y por qué no, esperanzas.

Nueva jornada de trabajo. El único aliciente era, como de costumbre, ir descontando las horas que lo aproximaban al viernes. Cada minuto que pasaba se festejaba como triunfo. Él había oido hablar de gente que disfrutaba en el trabajo, desde luego ese no era su caso. No había mal ambiente, ni era sometido a trabajos forzosos pero que iba por las pelas, lo tenía claro. Cada vez que oía a algún compañero decir que si le tocaba la primitiva no dejaría de trabajar, pensaba que el tipo estaba para el arrastre. ¿Aburrirse?. Si claro, que el se iba a aburrir con un monton de euros y tiempo para disfrutar.


Le vino a la mente la imagen de su amigo Povedilla. Había sido un hombre amable pero triste, siempre cabizbajo y ceñudo. Un día, no llegó al trabajo. Nadie lo echó de menos, excepto la arpía de personal que a los cinco minutos de retraso ya estaba con un parte en una mano y el teléfono en la otra. No podía olvidar ese instante, se regodeaba en aquel momento una y otra vez. Por casualidad el había entrado en el despacho de la bruja aquella para entregarle el informe mensual y se encontró con la sorpresa. Ella comenzó en un tono de suma soberbía, nada nuevo. Pero de pronto se quedó muda, empezó a enrojecer y a gritar !Povedilla, se está usted pasando!. El hombre gris le estaba dándo un repaso a la tipeja de órdago. ¿Habría perdido la cabeza su amigo?.
Después de aquel maravilloso espectáculo, tuvieron que pasar aún dos días para verle la calva a Povedilla. Estaba irreconocible, una sonrisa espectacular dejaba asomar su rala dentadura. Su porte apocado había sufrido una envidiable mutación, se mostraba bizarro, expléndido e incluso como más tarde comentaría la secretaria, atractivo. Saludó con efusivos golpes en la espalda a los compañeros, sólo con él mostró la misma calidez y sencillez de costumbre. Se sentó en su mesa y empezó a vaciar los cajones. Directamente iban despareciendo los informes, de uno en uno, en la papelera. Lo único que recogio cariñosamente fueron las fotografías de sus hijos y la cajita de los clips, con la que tan buenos ratos había compartido haciendo interminables cadenas. De pronto empezó a soltar carcajadas delante del ordenador. Manolo se acercó disimuladamente para intentar tranquilizarlo. Alli estaba Povedilla con el dedo pegado en la tecla suprimir, destruyendo todo lo almacenado durante años. Manolo no entendía nada.


De pronto llegó el jefe acompañado de su fiel esbirro, la bruja de personal. La mujer venía con ganas de venganza, echó una maliciosa mirada a Povedilla. En vez de acojonarse, la miró a los ojos con una amplia sonrisa. Desde luego, ¡ha perdido la cabeza!, pensaba Manolo casi en voz alta. Los intocables pasaron al despacho vip, poco tardarían en llamar al desdichado. Tal y cómo estaban las cosas el final de Povedilla iba a ser a bocajarro. La secretaria, cogió el teléfono, era la línea interna. !Sr. Povedilla! el Sr. Director desea que pase ahora mismo a su despacho. En el camino a su desdichado destino pasó por la mesa de Manolo y le dijo: no te preocupes para lo que me queda en el convento....

Lo que aconteció luego ha quedado grabado en la mente de todos como uno de los momentos más gloriosos de la empresa. En vez de oir los gritos del Director y de su esbirro, era la voz de Povedilla la que con más claridad les llegaba. Soltó por la boca todo lo que le vino en gana. Salió con el rosotro lleno de felicidad, antes de cerrar la puerta asomó de nuevo la cabeza al despacho y le dijo a la de personal que quería su liquidación lo antes posible. Luego recogió las fotografias, echó un vistazo a su alrededor e invitó a todos a una copa en la cafetería a la salida.

Desde aquel día, aunque no lo comentan, todos juegan a la lotería, cupones e incluso al bingo. ! Que envidiable suerte la de Povedilla!.

miércoles, 11 de junio de 2008

Calima




La calima llenaba las calles, envolviendo en un manto opaco lo conocido. El cielo había desaparecido y se fundía con los difuminados bordes de los edificios. La realidad se desdibujada. Ese día habían decidido ir a pasear. Había que preparar el tipo en la medida de lo posible, se acercaban los días de despelote en las playas.


Mujer no te preocupes, el día levantará, esta bruma nos traerá un día de mucha calor. Ella había conocido muchas mañanas así, y por lo general se cumplía el pronóstico de su marido. Se pusieron el chandal y salieron a la calle. No se veía ni tres en un burro. Manolo, creo que es mejor volverse hasta que esto se disperse. Mira que eres aguafiesta, que no pasa nada y luego hará un calor espantoso del que también te quejaras. Bueno, vamos a seguir prefiero andar que sufrir tu perorata.


Caminaban despacio ya que no se divisaba nada que distara más de un metro. A la media hora del dichoso paseo, Manolo empezó a notar como se le hinchaba la vejiga, se estaba orinando. Cómo no se veía nada, nadie lo vería a él, así que sin pensárselo dos veces paró y en ese mismo lugar se puso a orinar. El ruido sonaba como cuando se vierte agua sobre el fregadero, fuera lo que fuera que estaba mojando era metálico. Dio un paso en el sentido del orín y vislumbró la parada de autobús. Un señor empezó a increparle su comportamiento, primero a media voz pero en un segundo el volumen aumentó de forma considerable, además se le iban uniendo otras voces, por lo que dedujo que la parada debía de estar repleta. Aprovechando la niebla retrocedió dos pasos para desaparecer de nuevo de aquel lugar.


Empezó a llamar a voces a su mujer, ella estaba quieta intentando descubrir de dónde procedía el griterío que le llegaba. Cuando por fin se encontraron reanudaron la marcha. ¿Has oído los gritos? desde luego que hay gente para todo, menudo energumeno, mira que ir a mearse a la parada del autobús. Si yo llego a estar alli le doy una patada en los innombrables que se entera. A Manolo lo invadió un dolor reflejo, pensando en aquellas palabras.



Ya llevaban una hora caminando y la niebla seguía manteniendo el mismo espesor. Iban muy, muy despacio sorteando farolas, coches y papeleras. Estaban bordeando el río, de repente vieron unas luces que igual de rápido desaparecieron. Manolo ¿has visto eso? vamos a parar quizás es alguien paseando con linternas. !Que va! eso son extraterrestres que aprovechando que no se ve ni torta están reconociendo el terreno a cara descubierta. Mira que eres imbécil cuándo quieres, ¿crees que me asustas?. La verdad es que él no tenía esa intención, aunque si el deseo de encontrarse con unos pequeños hombrecillos verdes, de enormes cabezones y ojos reflectantes.


Empezaron a caminar hacia dónde habían visto brillar las dos luces por última vez. Justo estaban en la curva del río, se asomaron y vieron un coche que había caído desde la carretera. ¿Qué hacemos?, ¿ves a alguien?, ¿hay alguien?, ¿están bien?, !oigan!, !oigan!. De pronto vieron a un hombre que vacilante se dirigía hacia ellos, se notaba que estaba desorientado por el golpe. Rapidamente lo sentaron en la acera, vieron que tenía un enorme chichón en la cabeza pero no se apreciaba nada más. Le preguntaron si viajaba sólo pero no respondía. Manolo cogió su móvil para llamar a una ambulancia y a la guardia civil. Se volvió con el teléfono en la mano a su mujer y le dijo que bajara al coche por si el había alguien más. Ella se quedó de una pieza, no mejor dejame a mi la llamada y bajas tú. No seas cobardica, !baja!; a lo mejor hay niños, algún anciano e incluso un perrito.... María lo miró con rabia, él sabía que ella bajaría. Como pudo, tanteando más que mirando, llegó al coche, el motor estaba encendido al igual que las luces. Miró en su interior pero allí no había nada más que dos enormes dados colgados del retrovisor. Echó un vistazo alrededor del vehículo por si habían salido disparado con el golpe. Estaba aterrada, nerviosa y helada.


¿Hay alguien?. No. Pues deja de perder el tiempo y sube. La guardia civil debía andar muy cerca ya que llegó antes incluso de que María logrará alcanzar de nuevo la acera. Se dirigieron al herido, lo examinaron y empezaron a preguntarle si iba solo en el vehículo. Cuándo vieron aparecer a María le echaron la bronca del siglo ¿Cómo se le ha ocurrido bajar al coche?. ¿No se ha dado cuenta del peligro?. Ella intentó explicarles su preocupación y cómo su marido la había animado, pero la tensión del momento le había provocado un nudo en la garganta y sólo logró decir algunas palabras inconexas.


La niebla se disipó, ella seguía sentada en el acerado mirando hacia el río. Del accidente sólo quedaba el coche abandonado. El rescate del vehículo no iba a ser tarea fácil. Estaba inmersa en esos pensamientos cuándo la voz de su marido rompió la calma. ¿Puedo salir ya?. No. Perdoname, me estoy congelando. !Te he dicho que aún no!. Miró hacia el origen de la voz, allí estaba Manolo con su chandal metido hasta la cabeza en el río, ese era su castigo. Verlo tornandose de color púrpura era el mejor de los sedantes.

martes, 10 de junio de 2008

Uno más, María




Otro mes que se esfumaba del calendario. Recordaba con nostalgia cómo duraban los años en su infancia e incluso en la adolescencia, eran largos y casi interminables. Desde que llegó a los treinta la cosa cambió de forma radical, o los días habían encogido o algunos meses habían desaparecido por arte de magia. No había terminado de festejar la llegada de un año cuando de repente le caía otro. Como decía su marido no se estaba tan mal contando primaveras, claro que ya ellos en vez de primaveras casi que contaban otoños.

Hubo unos años en los que recordaba haber cumplido treinta y tres años, al menos un par de veces y lo mismo ocurrió con los treinta y cuatro. Sinceramente, el único que se tragaba aquello era su marido ya que el resto de amistades cuchicheaban al ver las velitas de la tarta. Manolo seguía cumpliendo años a velocidad constante por lo que de seguir así llegaría un momento en el que la diferencia de edad se notaría. ¿Cómo hacerle comprender que a partir de los cuarenta debían cumplir años sólo en bisiesto?. Qué simple y resignada es la naturaleza del varón.

Había pensado no celebrar su cumpleaños, Manolo desde luego no lo notaría. A su marido o se lo recordaba dos días antes o no había tu tía. Pero estaba la familia, a su madre desde luego no se le olvidaba, y también estaban los amigos, sobretodo aquellas arpías que la acompañaban desde la infancia y cuyo objetivo era recordarle con sonrisa maliciosa que llevaban al día la cuenta. En fin haría de tripas corazón y prepararía un pastel, por si se presentaban a festejar el dichoso día.


El pastel de ese año no sería apto para estómagos pequeños, se iban a enterar, ella cumpliría años pero ellos saldrían de allí con hermosas lorzas colgantes. Después de preparar la empalagosa bomba, llegaba el momento de las velas. Llamó a Manolo y le hizo el encargo. No, ya te he dicho que poner numeritos no me gusta, piensa en algo más fino y con más clase. Vaya marrón que me ha caído pensaba Manolo, además aún no le había comprado nada ni siquiera se había acordado.


En el trabajo empezó a darle vueltas al asunto del regalito. Pensó que lo mejor siempre es ponerse en el lugar del que cumple años para ver que resultaba más apropiado. Un taladro pequeño de esos que vienen en esas cajitas metálicas tan chulas estaría bien, !pero eso ya se lo regaló en navidades! y además seguro que no acertó con el color por que su mujer estuvo una semana sin hablarle. Mejor preguntar a la secretaria. ¿Unos pendientes de oro? vaya materialista y poco gusto que tenía esa mujer. A la salida del trabajo fue a una tienda cerca de casa y empezó a mirar pendientes. Que precio tan alto tenían aquellas cosas, en fin tras mucho buscar decidió cambiar de tienda. Compró dos pequeños brillantitos de color verde engarzados con un tornillo de plata. La cosa al final había salido bien, por cinco euros tenía el regalo perfecto. Ahora quedaba la vela. ¿ Cuántos años cumplía? . Creía recordar que el año anterior había cumplido treinta y ocho ¿o eso fue hace dos años?, cada vez tenía peor memoria.


Sus peores presentimientos se hicieron realidad, el teléfono empezó a sonar. Una amiga, otra y otra, el grupo de arpías se autoinvitaban para festejar el evento. Preparó café, saco bebidas y el pastel asesino, todo listo para que llegaran los invitados. Una vez todos reunidos en el salón empezaron los estúpidos comentarios, todo eran rodeos y laberínticas ocurrencias para llegar al tic del asunto ¿cuántos cumples?. Cuarenta oía una y otra vez en su cabeza, pero de eso ni mijita. Cumpliría treinta y nueve, ya que los treinta y ocho los cumplió el año pasado y el anterior. Ella sabía que su madre, como sabia mujer y por la parte que le tocaba no desmentiría aquello. Tener una hija de esa edad tampoco la favorecia. Su padre como caballero que se viste por los pies, era incapaz de recordar ese tipo de minucias. !Manolo! normalmente no hacia ese tipo de preguntas, pero ese hombre era impredecible y sin querer era capaz de estropearle el día. Llegó el momento de la tarta y Manolo trajo la vela. No era un cirio, pero se le parecía. Era una vela gorda y larga que además sonaba con un agudo tíntineo que entonaba el cumpleaño feliz. Todos se rieron de lo lindo al ver aquella cosa en la tarta, bueno todos menos María. Le preguntó a su marido que dónde había comprado aquello y el le dijo que en el chino de al lado de casa y que le habían asegurado que era el no va más. Al ver que a su mujer no le había gustado mucho la vela sacó el regalo. Todas la miraban con envidia, ella blandía el pequeño estuche de joyería en su mano. !Ja! la envidia las corroe pensaba mientras abría con gran protocolo la minúscula caja. Cuando abrió la tapa allí estaban aquellos pequeñitos brillantes verdes que el chino vendía a porrillos en el mostrador de la tienda. Manolo vio aquel brillo en los ojos de su mujer, esta vez apostaría a que había acertado.


La fiesta por fin llegaba a su ocaso, María no veía el momento de que desaparecieran sus amigas. Fue entonces cuando su marido llegó con los pasaportes. No sabía bien por qué había estado rebuscando en un cajón y los había visto. No tenía ganas de aguantar a las pesadas de las amigas de María, así que empezó a ojearlos a ver si recordaba los sellos que tenían. Llegó corriendo al salón gritando !María! que te has equivocado que no cumples treinta y nueve, que te has comido uno. María quería que se la tragara la tierra, sus amigas abrieron los ojos expectantes y unas enormes sonrisas asomaban bajo sus narices. La madre de María, estuvo rápida como la mejor subalterna del mundo se lanzó sobre su yerno y le arrebató el pasaporte. Cómo te gusta fastidiar a mi hija, que graciosillo eres, mira que tienes la sangre gorda, anda tira para dentro y dejate de bromas. Manolo no entendía nada, obedeció a su suegra y salió del salón. Miro sobre su hombro hacia el pasillo, la madre le seguía de cerca sin quitarle de la nuca aquella terrible mirada.






martes, 3 de junio de 2008

Acicalándose






La tarde iba al galope, parecía que los minutos tenían prisa. Esa noche tenían fiesta, dejarían a los niños con la abuela. Para no ser muy pesados, decidieron que los llevarían a última hora justo antes de partir ellos a su jarana.


María le pidió a su marido que se fuese preparando. El tardaba un siglo en arreglarse y ella no pensaba salir de casa sin peinarse y maquillarse. Mientras que su marido se aseaba ella fue colocando los trajes en la cama. Ella se había decidido por un vestido morado con adornos arabescos, que le encantaba. Esa mañana lo había planchado y había rebuscado los complementos y abalorios que luciría. Preguntó a Manolo que se quería poner y él contestó que lo tenía todo listo y que no se preocupara. ¿Ella no aprendería nunca?. Al ver la ropa de Manolo empezó a ponersele gorda la vena del cuello, mala señal. La camisa parecía que había estado guardada echa un ovillo debajo de algo muy pesado y el pantalón lucía topos de colores inimaginables. No quería empezar de mala uva la noche, se armó de paciencia y se puso a arreglar el desaguisado. Limpió con un trapo húmedo las manchas del pantalón y planchó lo que en su día fuera una camisa. Más de media hora le llevó adecentar aquello.


Sólo faltaba una hora para el inicio del evento y Manolo seguía en la ducha. Tengo que lavarme el pelo y pintarme, luego no me vengas con las prisas. Nada. El enjabonado la miraba tras la mampara de la ducha con cara de felicidad. Cuándo por fin salió de allí, estaba más arrugado si cabe que su puñetera camisa. María se duchó lo más rápido que pudo, ya le había fastidiado el lavado de pelo tan espectacular que pensaba darse pero aún le quedaba el peinado y el maquillaje.


Cogió el secador de pelo para arreglar su larga melena, estaba nerviosa ya que sólo contaba con media hora que incluía además el llevar a los niños a casa de la abuela. Decidió dejar húmedo el cabello, colocarse el vestido y los abalorios para poder maquillarse. Mientras se echaba espuma en el pelo, entró Manolo al baño para terminar de acicalarse. La vena del cuello de María iba cogiendo dimensiones considerables. Abrió el maletín y empezó a pintarse, cuándo ya estaba casi lista su marido tuvo un accidente con el tarro de gomina. Un inmenso lamparón en su vestido, y un pegotón en la cara fueron el resultado del incidente. !Mira lo que has hecho!. El la miró con ojos de borrego, orejas gachas y labios apretados. Ella pasó casi por encima de él, cogió el trapo húmedo y restregó con fuerzas el vestido, luego se limpió la cara estropeando su maquillaje, intentó quitarse el pegote del pelo pero se había puesto algo tieso. Como pudo arregló su pelo, recogiendolo torpemente con unas pinzas y se retocó por encima del maquillaje para disimular el desastre. La vena de su cuello ya tenía vida propia y estaba descontrolada.



Llegaron puntualmente a la fiesta, eso sí. Saludaron al resto de invitados, todos luciendo gala, que no palmito. Una de las señoras se acercó a ellos y alabó la pulcritud y el estilo con el que había aparecido Manolo en la fiesta, realmente impecable. Echó una socarrona mirada a María, lucía un cerco considerable en el vestido y un mechón de pelo que sobresalía con un trazo disparatado de su cabeza. Desapareció el cuello de María, absorbido totalmente por la vena. Miró a la señora y le preguntó si tenía en orden la póliza de decesos. La señora se marchó indignada hacia otro grupo de invitados. Manolo miró a su mujer, no llegaba a comprender cómo habiendo tardado tanto en arreglarse tenía aquel mal aspecto.

viernes, 30 de mayo de 2008

Un buen vino




Se acercaba el verano, los días se volvían más largos. Él se sentía renacer en esa época del año. Serían los efectos del sol, pero se sentía rejuvenecer. María era impermeable a los cambios de estación. No cambiaba ni un ápice su rutina. A las ocho de la tarde empezaba a cerrar las persianas del dormitorio de los niños. Fabricaba su propio anochecer particular y ningún caprichoso astro iba a cambiarle a ella el ritmo. Manolo alucinaba, si miraba fuera del pasillo aún entraba luz del sol a raudales y si miraba hacia las habitaciones se sumergía en la más intensa penumbra. Esta mujer mía está como un verdadero cencerro, se decía así mismo ya que decirlo en voz alta sería un suicidio.




Poco antes de las cinco de la mañana María saltaba de la cama. Él jamás oyó el despertador. Tampoco tenía muy claro qué hacía su mujer a esa hora tan impertinente levantada. El se levantaba a las siete justo a la hora que ella salía por la puerta. ¿No sería mejor que se levantara a las seis y se acostara una hora más tarde?. Recordaba que a ella de soltera sus amigas la llamaban "Casimiro" ya que a las nueve de la noche siempre plegaba alas. El quería conseguir que se acostaran a una hora más normal, al menos durante el verano. Las diez estaría bien, tampoco era plan de someterla a ningún exceso que no tenían edad para cambios muy bruscos.


Desde el trabajo Manolo llamó a su amigo Pedro, siempre había sido muy marchoso y por lo que contaba aún seguía con sus correterías. Le contó su problema y le pidió ayuda. Al otro lado del auricular sonaba una risa ahogada....Pedro tio, no es para reirse ya sabes que María es muy buena pero también es muy cabezota y algo bruta. El amigo recordó a María y se le cortó la risa en seco: si, desde luego que tenía genio la fiera. No te preocupes, Manolo esto te lo soluciono yo. Pasaré por tu trabajo y te llevaré un regalito.


Manolo llegó a casa, parecía algo nervioso y le traía a María un regalito: tres botellas de vino tinto. Ella se puso contentísima, que pedazo de detalle el de su marido. Esa noche descorcharían una de ellas. A las siete y media, María se duchó para luego corretear a la pequeña y meterla en la bañera. A las ocho ya estaba la peque preparada con el pijama y esperando la pitanza junto a su hermano. Manolo, irreconocible, la esperaba con una copa de vino, había cortado queso y abierto una lata de aceitunillas. Sin que ella sospechara sacó de su bolsillo una ristra de píldoras azules. Pedro le había dicho que echara dos en el vino... dudó por un momento, pero finalmente vertió el contenido de las cápsulas en la copa de María.



Qué contenta se la veía. Se le trababa la lengua y los ojos le hacían chiribitas. Aunque se lo estaba pasando genial miró el reloj y dió un brinco. Los niños hacía ya diez minutos que debían estar en la cama. Los acostó y empezó a recoger la cena. Manolo había llenado de nuevo las copas y le ofreció un último brindis, venga mujer por nosotros. Su mujer necesitaba ración doble, de eso estaba seguro. María se metió en la cama a la misma hora de siempre. El a su lado la observaba. Los ojos desencajados, parecía que se les iban a salir de las órbitas. La boca en un extraño rictus. No hablaba pero de vez en cuando agarraba con fuerza la sábana y chirriaba los dientes.



Las siguientes cinco horas, no produjeron ningún cambio en el estado de su mujer. El se atrevió a darle un codazo, al menos para que cambiara la mueca del labio. Mira que si se le quedaba así... Ningún cambio, parecía una masa compacta, casi inerte a no ser por el brillo de la mirada. Manolo se levantó y algo acojonado fué a leer el prospecto de las dichosas pildoritas. " En caso de sobredosis ir al médico", y una porra. ¿Qué le haría María si se enteraba de aquello? ¿y si encima se le quedaba aquel careto?. Cuando volvió a la cama ella había cerrado los ojos, el se asustó y acercó su mano a la nariz para comprobar que respiraba. Todo en orden, aunque el mohín de la boca no había terminado de desaparecer.


A la siete despertó a su mujer, iba llegar tarde al trabajo. María se arrastró al baño se encontraba fatal, seguro que estaba incubando algún resfriado pensó mientras se vestía a toda prisa. Manolo no veía el momento de desahacerse de las dichosas pastillitas. Abrió la tapa del retrete y arrojó las pruebas de su delito. !Las pildoras flotaban! tiró y volvió a tirar, pero seguian alli como acusándolo. Se arremangó y metio el brazo hasta el codo dentro de la taza, las recogió y las envolvió en papel higienico. Volvió a tirar y por fin desaparecieron de su vista, había sido un crimen perfecto.


Cuando María regresó a casa fue directamente al recipiente de las botellas vacias, buscaba cómo loca la botella del vino de la noche anterior. No se había fijado en la marca. Mandaría a Manolo a comprarle más, desde luego era un vino "alucinante".

El escuadrón de tiranos





Los ojos abiertos, la mirada pérdida en algún extraño mundo que iba más allá de la pared. Su cara reflejaba plena felicidad. Se veía en una nueva casa, nada de mansiones exageradas, era algo mayor que la que tenía ahora pero mucho más bonita y él tumbado en el jardín observando cómo se movían las hojas del árbol. También tendría un árbol, grande y hermoso.

Años atrás, cuando decidieron comprarse el piso, había en la urbanización muchos árboles entre los que se encontraba un hermoso ficus. A ellos esto de que hubiese árboles les entusiasmaba. De repente un día todo aquello cambió. Una manada de vecinos empezaron a sufrir extraños síntomas.


Se convocó una reunión vecinal de máxima urgencia. En el papel churretoso de la convocatoria sólo había dos puntos a tratar: el ficus y otros temas de interés....María pensó que ya sería gordo el problema cuándo ni siquiera lo nombraban. Igual era que el niño de la vecina del octavo, harto ya de apuñalar las paredes y ascensores había pasado a mayores o que el perro del vecino del tercero había sido, por fin, diagnosticado cómo diarreico crónico. Manolo pensaba que el tema sería la pasta, seguro que iban a pedirle otra extra. Pero esta vez lo llevaban crudo. Pensaba cerrarse en banda. !Ni un céntimo!.


Uno a uno fueron llegando los vecinos, cuchicheaban, criticaban y asentían con la cabeza. Formaron un corrillo alrededor de una señora bajita con cara de sabionda. Blandían los brazos al aire, a la cuasi enana le brillaban los ojos de felicidad. Intentaron filtrarse entre aquel muro de carne sudorosa. La cosa debía ser muy gorda, estaban llenos de ira, realmente daba miedo verlos. María logró oír algunas frases sueltas: hay que terminar con él, hay que arrancar el tema de raíz. !Ostras! ¿Se querrían cepillar al vecino del sexto?. Pobre hombre, claro que era un poco molesto, pero no como para eliminarlo. Al vecino le encantaba fumar en el ascensor, bajar la basura cuándo le salía del alma y lo que era aún más imperdonable, pasearse arriba y abajo enfundado en una ridícula malla. Pero asesinarlo por eso era algo excesivo. Quizás con un buen susto se arreglaba, pensaba María.


Manolo salió de entre el gentío, estaba pálido y muy triste. Niña que van a cortar el ficus. El motivo: que dentro de otros veinte años, las raíces podrían dañar el trozo de acerado comido de mierda que daba paso al garaje. Armados de coraje se enfrentaron al gentío. Manolo defendía a capa y espada los beneficios no sólo ornamentales que aportaba el árbol. Los energumenos empezaron a mirarlos amenazadoramente, ¿intentaban amedrentarlos?. Apañados iban.


De pronto se disolvió el tumulto, era la hora del fútbol. Cuando llegaron a casa, empezaron a trazar planes para evitar la masacre. Decidieron que pedirían días de asueto en el curro y se amarrarían al ficus, porque ponerse en huelga de hambre, estando los dos de buen ver, no daría buen resultado. Estaban cansados y decidieron que a la mañana siguiente continuarían trazando su estrategia.


A la mañana siguiente, madrugaron como de costumbre y se sentaron a desayunar. Juntos eran invencibles. Los cómplices se dirigieron a la ventana, abrieron la persiana y,,,,!horror! el ficus había desaparecido y no sólo él, también todos los árboles que poblaban la acera. No quedaría así aquello, Manolo se vistió rapidamente y salió a buscar a la jefa enana del escuadrón de tiranos. Se desahogó pero la sonrisa triunfal de aquel chinchorro vestido de mujer hacía patente que había ganado. María denunció ante el ayuntamiento y asociaciones de defensa de la naturaleza, sin conseguir el mínimo resultado. Otro crimen impune.



Desde ese día, tomaron sus precauciones. Dejaron de sacar a la terraza sus hermosas plantas y cada vez que pasaban por el arriate de los rosales, se les venía a la mente la imagen de la implacable enana y su trupe armados con enormes tijeras podadoras.




(dedicado a todos aquellos amantes de los árboles, abstenganse de darse por aludidos los extremistas que piensan que hay acabar con hermosos árboles como los eucaliptos por no ser autóctonos ;-D)

martes, 27 de mayo de 2008

Arreglando la alacena





Que contento venía Manolo. María, mira que ganga, dos euros me ha costado. Ella miraba aquellas dos cestas enormes de plástico blanco, a ver que explicación tenía para aquello. Las cestas era un presunto proyecto de carrito para las verduras. Vaya cosa fea, le dijo a su marido. Aquella afrenta no empañaría su alegría, ya le encontraría el una utilidad a su ganga.




Las cestas ocupaban un preciado espacio en la alacena. María soñaba con el momento de hacerlas desaparecer, pero como era una mujer muy enamorada, esperaría un tiempo prudencial a que su marido se olvidara de su dichosa ganga. El amor es muy bonito pero poco práctico.

Una semana transcurrió desde la ganga, cuando Manolo apareció de nuevo radiante. Esta vez había ido a una gran superficie especializada en "manitas" y se había gastado veinte euros en unos herrajes bastante raros. María cuando vio aquellos palitroques y tornillos empezó a cabrearse. Ya me dirás que piensas hacer, increpó a Manolo. El le sonrió y le dijo que ya había encontrado que hacer con los cestos: ordenaría la alacena. A María le pasaron un sin fin de grotescas y horrendas imagenes por la cabeza. Aguanta María que te pierdes, se repetía una y otra vez.
Manolo bajó al garaje y subió su enorme banco de trabajo. María miraba compungida las paredes de su pasillo ¿dónde pensaba poner aquello?. Al final desistió de usar el maldito artilugio, sacó una sierra y se apoyó en la encimera. Cogía las mas extrañas posturas, María nunca se había dado cuenta de la elasticidad que ese hombre tenía. Estaba espantada, de la alacena a la encimera no distaba más de un metro y en aquella minúscula área el se retorcía y enrollaba con las varas. El ruido la estaba poniendo a cien, eso y las virutas que flotaban en su cocina, tomó aire cogió a la pequeña del brazo y se fue a la calle. Necesitaba tomar el aire y el espectáculo no era apto para menores, sobretodo cuándo su marido se pillaba algún dedo o se torcía más de la cuenta algún miembro.

Dos horas estuvo con su hija en el parque. La niña estaba contentísima, no era normal que un día entre semana mami le dedicara tanto tiempo y encima en el parque. María aceptó de malas ganas que ya no podía dilatar más la vuelta. Tendría que enfrentarse a su nueva alacena.

Cuando entraron en casa no había ruido. El silencio la aterró. Se acercó a la cocina y allí estaba Manolo sentado en el suelo, bueno él y todos los productos de la alacena. Manolo sostenía los palitroques, los estaba limpiando, ordenando e intentando meter de nuevo en el envase en que los trajo. Mira que he pensado que tenias razón, esto no quedaba muy bien y los estoy guardando para devolverlos. La cara de María iba perdiendo color, miró a su marido y antes de que abriera la boca, el pegó un brinco y se puso como un descocido a guardar de nuevo las cosas en la alacena. María cogió a la pequeña y la llevó al baño, cuando termino de lavarla y ponerle el pijama volvió a la cocina. Todo estaba recogido, sólo quedaban los palitroques guardados y la enorme mesa de trabajo que seguía inutilmente cerrada y apoyada en la pared de la cocina.


María preparó la cena de la niña, cada vez que se dirigía a la nevera o algún cajón miraba con suma atención a su marido. Manolo se sentía incomodo, tenía que romper el hielo de alguna manera. Niña ¿has visto? devolveré los rieles y me darán un vale, además aún conservamos las cestas. María sonrió cogió las cestas, abrió la ventana y las revoleó sin ni siquiera mirar si pasaba alguien por la calle. Manolo cogió la indirecta se acercó a la ventana y miró de reojo,,,,de la que se había librado.

Un día muy tranquilo






Por la mañana se despertaba con parsimonia, le gustaba recrearse en ese momento sutil que une la realidad con la inconsciencia del sueño. Se tiraba de la cama e iba directamente a tomar su desayuno. Una vez aseada y vestida daba el pistoletazo de salida al día. Siempre salía de casa contenta pero en el camino siempre había algo o alguien que lo terminaba jodiendo: una infame noticia en la radio, un imbécil vociferando, un coche con descontrolada sirena, el perro cagón del vecino...


Amaneció un plácido y luminoso día. Salió a la calle y todo rezumaba tranquilidad. Raro. Llegó al trabajo sin apenas cruzarce con otro coche. Increíble. En la radio sólo había música. Extraño. Encontró aparcamiento a la primera. Inaudito.

Se sentó en su mesa, una hora, dos horas... Nada; el teléfono muerto. Miró el correo, alguna obscena publicidad pero ni asomo de trabajo. !Alucinante¡. Se presentaba un lunes cojonudo. Aprovechó para depilarse, visitó sus páginas favoritas de internet, se pintó las uñas y cotilleó los cajones del jefe. En uno de los cajones encontró unas cartas. Sabía que no debía leerlas, la correspondencia es personal y lo que deseaba hacer era un delito. Se sintió como una Mata Hatari. Le pudo el morbo y empezó a leer. Eran muy ardientes, no se imaginaba ella que alguien pudiera sentir ese tipo de cosas por aquel orangután. Las primeras no estaban firmadas, ella necesitaba saber más. En una de ellas, se hacia referencia a un hotelito de la sierra, y el nombre le sonaba... Consultó la agenda y voilá, claro, ella misma había hecho la reserva. En su agenda aparecía que el gorila había participado en unas importantes jornadas de tres días, sobre la protección de espacios naturales. En principio le chocó aquello, ya que el chimpancé no era dado a ninguna causa altruista. Ahora lo comprendía, sin saberlo lo había ayudado a montárselo con su amante.

Le corroía la curiosidad ¿quién podía tener aquel mal gusto?. Lo de su señora más o menos lo comprendía: era un callo y además el primate tenía dinero. Total que la fea había dado un braguetazo y pasaba los días sumergida en botox y en turbulentos encuentros de padel. Pero ¿y la amante?... ¿por unos regalos?. Por muy caros que fuesen no compensaban el estómago que había que tener. Miró el reloj, llevaba casi tres horas en la oficina, ya eran las 10 y no llamaba nadie. ¡Mejor!. Necesitaba concentrarse en sus pesquisas.

En otra carta la amante agradecía el regalo que le había hecho por su cumpleaños y rememoraba con todo lujo de detalles la frenética orgía que habían montado. Fue corriendo a consultar su libro de cuentas. No tardó en descubrir una factura de una PDA ultra fashion de última generación. Realmente aquello había costado un huevo. La PDA hizo por un momento vacilar a María ¿dónde había visto ella una parecida? La del simio, desde luego, no era. Por más que lo intentó no logró recordarlo.

Iban a dar las 10:30 y parecía que estaba sola en el mundo. Qué cosa más rara, pensaba... La última carta era muy triste: se trataba de una especie de despedida ya que la amante quería ser algo más y le pedía que decidiera entre ella y su mujer. Claro, ésta lo que quería era billetes, ahora si que empezaba a entenderla. Y por fin la ansiada firma, Julián. !Julián!. María no sabía si reir o directamente mandar un email a todas sus amigas con la noticia. Julián era el informático que hacía unos meses habían contratado, guapo y muy simpático. Ella no había detectado ningún plumaje. ¿Estaba perdiendo facultades?. ¿Tántas horas en el despacho del mandril no era para actualizar la web de la empresa?. Ahora sí que tenía claro dónde había visto la PDA. Por un momento sintió unas náuseas enormes imaginado el numerito...
De pronto sonó el teléfono. Casi eran las 10:45 y Manolo la llamaba desde casa. Se alarmó ¿que haría su marido en casa, sin ir a trabajar?. ¿Habría pasado algo?. Cuándo colgó el teléfono su cara era del color de las berenjenas. Cerró el despacho de chita, apagó el ordenador y salió dando un enorme portazo. Era Fiesta.

lunes, 26 de mayo de 2008

Recuerdo de Juventud




Qué penoso resultaba mirar los antiguos álbumes de fotos. Estaban en un cajón que por alguna extraña y benévola razón se atascaba, gracias a lo cuál los veía de higos a brevas. Ver a sus padres y hermanos tan jóvenes le aportaba sentimientos encontrados. Por un lado, lo invadía la felicidad del tiempo pasado y por otro lo ahogaba la nostalgia que le mostraba impávida el correr del tiempo.

De repente, se encontró con unas fotos de un incipiente jovenzuelo con larga melena, camisetas negras con letreros asesinos, cadenas y candados colgando de innumerables partes de su cuerpo y unos pantalones pitillos marcapaquete. Aún se preguntaba cuándo eligió salir a la calle con aquellas pintas. Creía recordar que en aquellos años ochenta él empezó su primer año de instituto. Todos los chicos iban muy conjuntados, con sus zapatillas de esparto a juego con el polito, ninguno destacaba. Ese año en la fiesta del instituto harían actuaciones, imitando a sus artistas favoritos. A Manolo le gustaba Marisol y no era plan de salir con un traje de flamenca corto, tampoco se haría muy popular cantando por el Aguilé. Empezó a prestar mucha más atención a la tele, al menos toda la que podía. En un documental observó a unos jóvenes con crestas de colores en la cabeza, imperdibles que atravesaban sus carnes y botas con puntas redondas como balones. Muy impactante, pensó, pero eso de hincarse artilugios en el cuerpo no era admisible !que él se quería mucho!.

Por casualidad llegó a sus manos una cinta de Barón Rojo. Bien mirado aquello era más fácil de llevar y seguro que destacaba. Dicho y hecho, dejó de peinarse y cortarse el pelo, ajustó todos sus pantalones y se colgó todo aquel trozo de cadena que pudo agenciarse. Además era un negado para la música y el baile, pero el estilo heavy lo empezaba a dominar con maestría a base de alguna que otra tortícolis.

Luego vinieron los colegas, otros que habían decidido como él apuntarse al estilo hevilongo. No sólo se trataba de la indumentaria, también era toda una filosofía de vida. Nada como una tía potente, una litrona y gritar simulando a los Motor Head. Mucho alcohol, mucho sexo y rock&roll. Los conciertos eran parte fundamental de la diversión y si encima terminaba con una gran bronca con botellazos y pasma de por medio, ya era el no va más. No tenía edad, ni mucho menos permiso para ir a ninguno, pero algunos hevilones mayores contaban las heroicas hazañas mostrando los estigmas a sus feligreses. Cuatro puntos en la chorla era símbolo de alta jerarquía y si encima dormías en el calabozo pasabas al estatus de semidios.Cómo echaba de menos aquella época en la que el desmadre se volvía cotidiano, cuando era un paria social. No sabe muy bien cuando todo aquello cambió, quizás cuando llevó el primer boletín de notas a casa y su madre le cortó la coleta...


Los primeros en sufrir la ira materna fueron los Madelmans, sus fieles amigos, que fueron primero decapitados , luego desmembrados y finalmente sepultados en un cubo de basura común. Luego el Geyperman con su helicoptero Apache hizo su último vuelo heroico desde la azotea; un final que ni el del Barón Rojo.

Poco a poco, fue sacándole de ancho a los pantalones, iba quitando alguna cadena y se recortaba algo más el pelo, para sanearse las puntas (se autoconvencia). En vez de sentarse en su cama a escuchar a Metallica, prefería ponerse los cascos con Bon Jovi y, al poco tiempo, se vio escuchando los 40 principales. Las notas mejoraron y su madre lo volvió a aceptar en el redil materno aunque dejó en el salón una de aquellas fotografías y cada vez que Manolo intentaba sacar los pies del plato, ella se la mostraba y le recordaba el sin fin de disgustos que le había soportado. Del marco de la fotografía colgaba una cantimplora pequeñita en honor de los caídos en batalla.