De repente, se encontró con unas fotos de un incipiente jovenzuelo con larga melena, camisetas negras con letreros asesinos, cadenas y candados colgando de innumerables partes de su cuerpo y unos pantalones pitillos marcapaquete. Aún se preguntaba cuándo eligió salir a la calle con aquellas pintas. Creía recordar que en aquellos años ochenta él empezó su primer año de instituto. Todos los chicos iban muy conjuntados, con sus zapatillas de esparto a juego con el polito, ninguno destacaba. Ese año en la fiesta del instituto harían actuaciones, imitando a sus artistas favoritos. A Manolo le gustaba Marisol y no era plan de salir con un traje de flamenca corto, tampoco se haría muy popular cantando por el Aguilé. Empezó a prestar mucha más atención a la tele, al menos toda la que podía. En un documental observó a unos jóvenes con crestas de colores en la cabeza, imperdibles que atravesaban sus carnes y botas con puntas redondas como balones. Muy impactante, pensó, pero eso de hincarse artilugios en el cuerpo no era admisible !que él se quería mucho!.
Por casualidad llegó a sus manos una cinta de Barón Rojo. Bien mirado aquello era más fácil de llevar y seguro que destacaba. Dicho y hecho, dejó de peinarse y cortarse el pelo, ajustó todos sus pantalones y se colgó todo aquel trozo de cadena que pudo agenciarse. Además era un negado para la música y el baile, pero el estilo heavy lo empezaba a dominar con maestría a base de alguna que otra tortícolis.
Luego vinieron los colegas, otros que habían decidido como él apuntarse al estilo hevilongo. No sólo se trataba de la indumentaria, también era toda una filosofía de vida. Nada como una tía potente, una litrona y gritar simulando a los Motor Head. Mucho alcohol, mucho sexo y rock&roll. Los conciertos eran parte fundamental de la diversión y si encima terminaba con una gran bronca con botellazos y pasma de por medio, ya era el no va más. No tenía edad, ni mucho menos permiso para ir a ninguno, pero algunos hevilones mayores contaban las heroicas hazañas mostrando los estigmas a sus feligreses. Cuatro puntos en la chorla era símbolo de alta jerarquía y si encima dormías en el calabozo pasabas al estatus de semidios.Cómo echaba de menos aquella época en la que el desmadre se volvía cotidiano, cuando era un paria social. No sabe muy bien cuando todo aquello cambió, quizás cuando llevó el primer boletín de notas a casa y su madre le cortó la coleta...
2 comentarios:
El tiempo pasa, pero siempre nos queda el recuerdo de lo que fué y la esperanza en lo que está por venir.
Siempre me haces sonreir.
Besos. Mons.
Juventud divino tesoro ... que se va para no volver ... :P
Para cuando el libro, Garum???? ;*
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