martes, 27 de mayo de 2008

Arreglando la alacena





Que contento venía Manolo. María, mira que ganga, dos euros me ha costado. Ella miraba aquellas dos cestas enormes de plástico blanco, a ver que explicación tenía para aquello. Las cestas era un presunto proyecto de carrito para las verduras. Vaya cosa fea, le dijo a su marido. Aquella afrenta no empañaría su alegría, ya le encontraría el una utilidad a su ganga.




Las cestas ocupaban un preciado espacio en la alacena. María soñaba con el momento de hacerlas desaparecer, pero como era una mujer muy enamorada, esperaría un tiempo prudencial a que su marido se olvidara de su dichosa ganga. El amor es muy bonito pero poco práctico.

Una semana transcurrió desde la ganga, cuando Manolo apareció de nuevo radiante. Esta vez había ido a una gran superficie especializada en "manitas" y se había gastado veinte euros en unos herrajes bastante raros. María cuando vio aquellos palitroques y tornillos empezó a cabrearse. Ya me dirás que piensas hacer, increpó a Manolo. El le sonrió y le dijo que ya había encontrado que hacer con los cestos: ordenaría la alacena. A María le pasaron un sin fin de grotescas y horrendas imagenes por la cabeza. Aguanta María que te pierdes, se repetía una y otra vez.
Manolo bajó al garaje y subió su enorme banco de trabajo. María miraba compungida las paredes de su pasillo ¿dónde pensaba poner aquello?. Al final desistió de usar el maldito artilugio, sacó una sierra y se apoyó en la encimera. Cogía las mas extrañas posturas, María nunca se había dado cuenta de la elasticidad que ese hombre tenía. Estaba espantada, de la alacena a la encimera no distaba más de un metro y en aquella minúscula área el se retorcía y enrollaba con las varas. El ruido la estaba poniendo a cien, eso y las virutas que flotaban en su cocina, tomó aire cogió a la pequeña del brazo y se fue a la calle. Necesitaba tomar el aire y el espectáculo no era apto para menores, sobretodo cuándo su marido se pillaba algún dedo o se torcía más de la cuenta algún miembro.

Dos horas estuvo con su hija en el parque. La niña estaba contentísima, no era normal que un día entre semana mami le dedicara tanto tiempo y encima en el parque. María aceptó de malas ganas que ya no podía dilatar más la vuelta. Tendría que enfrentarse a su nueva alacena.

Cuando entraron en casa no había ruido. El silencio la aterró. Se acercó a la cocina y allí estaba Manolo sentado en el suelo, bueno él y todos los productos de la alacena. Manolo sostenía los palitroques, los estaba limpiando, ordenando e intentando meter de nuevo en el envase en que los trajo. Mira que he pensado que tenias razón, esto no quedaba muy bien y los estoy guardando para devolverlos. La cara de María iba perdiendo color, miró a su marido y antes de que abriera la boca, el pegó un brinco y se puso como un descocido a guardar de nuevo las cosas en la alacena. María cogió a la pequeña y la llevó al baño, cuando termino de lavarla y ponerle el pijama volvió a la cocina. Todo estaba recogido, sólo quedaban los palitroques guardados y la enorme mesa de trabajo que seguía inutilmente cerrada y apoyada en la pared de la cocina.


María preparó la cena de la niña, cada vez que se dirigía a la nevera o algún cajón miraba con suma atención a su marido. Manolo se sentía incomodo, tenía que romper el hielo de alguna manera. Niña ¿has visto? devolveré los rieles y me darán un vale, además aún conservamos las cestas. María sonrió cogió las cestas, abrió la ventana y las revoleó sin ni siquiera mirar si pasaba alguien por la calle. Manolo cogió la indirecta se acercó a la ventana y miró de reojo,,,,de la que se había librado.

1 comentario:

Rox dijo...

Jajajajaja!

Verdad verdadera: "El amor es muy bonito pero poco práctico".

Me consolaré en la praxis.