Notaba como lo rondaba la parca. Miraba a su mujer y a sus hijos y se le escapaban los lagrimones. Tenía la garganta seca, los ojos le pesaban e iban cogiendo un color fresón de espanto. Se veía muy pálido,,,,le debía quedar poco. A las nueve ya estaba metido en la cama, tomó a duras penas un vaso de leche. María se acostó a su lado a la media hora, estaba algo antipática pero no se lo tendría en cuenta, era su última noche. A las nueve y treinta y cinco le pidió a su mujer que le diese agua, el no tenía fuerzas. María se levantó y le trajo el pedido. Tragó como pudo, dejo el vaso en la mesilla e intentó tranquilizarce.
Ella tenía la luz encendida, estaba leyendo un libro, el la miraba y no dejaba de suspirar. Por fin recuperó algo de fuerzas y le dijo que se encontraba muy mal. María lo miró de reojo y le dijo que se durmiera. A las diez los fluidos corporales ya no le obedecían, su nariz empezó a desalojar los líquidos vitales que le restaban. Pidió a su mujer que le diera unos pañuelos de papel. María se levantó bufando y le trajo el pedido. El se sentía muy solo, abandonado. Se limpió la nariz y dejó el papel en la mesilla de noche. Miró a su mujer y le dijo: María no te asustes pero de esta no salgo. Ella sin levantar la vista del libro, le increpó que se durmiera de una maldita vez. Manolo lloraba y se retorcía, un dolor profundo, como nadie había sufrido antes, se apoderó de su pecho !ya se acercaba la hora!. El desgaste era tan profundo que acabó por dormirse.
A las dos de la mañana, volvió a sentir la boca como un zapato, qué había hecho él para no morirse placidamente durante el sueño, que gafe tener que estar despierto en ese funesto momento. Llamó a María, ella roncaba y le fue bastante difícil despertarla. ¿Qué leches quieres ahora? agua, dijo el compungido Manolo. María saltó literalmente de la cama, hablaba por lo bajinis y refunfuñaba. Le llevó de nuevo el pedido y se metió en la cama. Manolo en un sumo esfuerzo puso el vaso en la mesilla y le advirtió de nuevo que la iba a palmar, ella le dijo que estaba harta y que a la mañana siguiente irían al médico. !Tarde! pensaba Manolo e intentó concentrarse en los buenos momentos que le había deparado la vida.
A las cuatro de la mañana, notó que la vejiga le iba a explotar, pensó en no molestar a su señora pero la alternativa iba a resultar aún peor. No era plan que cuando llegarán los de la funeraria hasta María estuviese meada. Se armó de valentía y llamó a María. Ella se levantó, extrañamente sin refunfuñar, cogió el teléfono y llamó a urgencias. Manolo se arrastraba para llegar al filo de la cama, se meaba. Consiguió ir al baño, bueno, a medias. Cuándo su mujer volvió, y vio el charco, parecía que se había vuelto loca. Gritos y alaridos. !Por fin se ha dado cuenta de que me muero!, pensó Manolo.
En ese instante llegó el médico examinó a Manolo y le tendió la receta. Perplejo de la tranquilidad del doctor le pidió que le dijera la verdad sobre su mal, el médico sonriendo le dijo que padecía un leve resfriado.
El médico sacó el tensiómetro y se dirigió hacia María, esa mujer tenía un preocupante ataque de ansiedad, al menos el viaje no había sido en vano.
4 comentarios:
jajajajaa sip, se ponen a morir! jajajajajaja
Mons
Jajajajajajajajajaja! Medió
Que grandes somos las Marías, toto!! Y la penita más grande es que sólo nosostras lo sabemos ;P
Esto me suena taNNNNNNNNNNNto.
A ellos siempre le duele todo más que a nosotras...y menos mal que jamas sabrán lo que es un dolor de parto...vamos, no soporatrían ni un dolor de regla
La bisho
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