miércoles, 11 de junio de 2008

Calima




La calima llenaba las calles, envolviendo en un manto opaco lo conocido. El cielo había desaparecido y se fundía con los difuminados bordes de los edificios. La realidad se desdibujada. Ese día habían decidido ir a pasear. Había que preparar el tipo en la medida de lo posible, se acercaban los días de despelote en las playas.


Mujer no te preocupes, el día levantará, esta bruma nos traerá un día de mucha calor. Ella había conocido muchas mañanas así, y por lo general se cumplía el pronóstico de su marido. Se pusieron el chandal y salieron a la calle. No se veía ni tres en un burro. Manolo, creo que es mejor volverse hasta que esto se disperse. Mira que eres aguafiesta, que no pasa nada y luego hará un calor espantoso del que también te quejaras. Bueno, vamos a seguir prefiero andar que sufrir tu perorata.


Caminaban despacio ya que no se divisaba nada que distara más de un metro. A la media hora del dichoso paseo, Manolo empezó a notar como se le hinchaba la vejiga, se estaba orinando. Cómo no se veía nada, nadie lo vería a él, así que sin pensárselo dos veces paró y en ese mismo lugar se puso a orinar. El ruido sonaba como cuando se vierte agua sobre el fregadero, fuera lo que fuera que estaba mojando era metálico. Dio un paso en el sentido del orín y vislumbró la parada de autobús. Un señor empezó a increparle su comportamiento, primero a media voz pero en un segundo el volumen aumentó de forma considerable, además se le iban uniendo otras voces, por lo que dedujo que la parada debía de estar repleta. Aprovechando la niebla retrocedió dos pasos para desaparecer de nuevo de aquel lugar.


Empezó a llamar a voces a su mujer, ella estaba quieta intentando descubrir de dónde procedía el griterío que le llegaba. Cuando por fin se encontraron reanudaron la marcha. ¿Has oído los gritos? desde luego que hay gente para todo, menudo energumeno, mira que ir a mearse a la parada del autobús. Si yo llego a estar alli le doy una patada en los innombrables que se entera. A Manolo lo invadió un dolor reflejo, pensando en aquellas palabras.



Ya llevaban una hora caminando y la niebla seguía manteniendo el mismo espesor. Iban muy, muy despacio sorteando farolas, coches y papeleras. Estaban bordeando el río, de repente vieron unas luces que igual de rápido desaparecieron. Manolo ¿has visto eso? vamos a parar quizás es alguien paseando con linternas. !Que va! eso son extraterrestres que aprovechando que no se ve ni torta están reconociendo el terreno a cara descubierta. Mira que eres imbécil cuándo quieres, ¿crees que me asustas?. La verdad es que él no tenía esa intención, aunque si el deseo de encontrarse con unos pequeños hombrecillos verdes, de enormes cabezones y ojos reflectantes.


Empezaron a caminar hacia dónde habían visto brillar las dos luces por última vez. Justo estaban en la curva del río, se asomaron y vieron un coche que había caído desde la carretera. ¿Qué hacemos?, ¿ves a alguien?, ¿hay alguien?, ¿están bien?, !oigan!, !oigan!. De pronto vieron a un hombre que vacilante se dirigía hacia ellos, se notaba que estaba desorientado por el golpe. Rapidamente lo sentaron en la acera, vieron que tenía un enorme chichón en la cabeza pero no se apreciaba nada más. Le preguntaron si viajaba sólo pero no respondía. Manolo cogió su móvil para llamar a una ambulancia y a la guardia civil. Se volvió con el teléfono en la mano a su mujer y le dijo que bajara al coche por si el había alguien más. Ella se quedó de una pieza, no mejor dejame a mi la llamada y bajas tú. No seas cobardica, !baja!; a lo mejor hay niños, algún anciano e incluso un perrito.... María lo miró con rabia, él sabía que ella bajaría. Como pudo, tanteando más que mirando, llegó al coche, el motor estaba encendido al igual que las luces. Miró en su interior pero allí no había nada más que dos enormes dados colgados del retrovisor. Echó un vistazo alrededor del vehículo por si habían salido disparado con el golpe. Estaba aterrada, nerviosa y helada.


¿Hay alguien?. No. Pues deja de perder el tiempo y sube. La guardia civil debía andar muy cerca ya que llegó antes incluso de que María logrará alcanzar de nuevo la acera. Se dirigieron al herido, lo examinaron y empezaron a preguntarle si iba solo en el vehículo. Cuándo vieron aparecer a María le echaron la bronca del siglo ¿Cómo se le ha ocurrido bajar al coche?. ¿No se ha dado cuenta del peligro?. Ella intentó explicarles su preocupación y cómo su marido la había animado, pero la tensión del momento le había provocado un nudo en la garganta y sólo logró decir algunas palabras inconexas.


La niebla se disipó, ella seguía sentada en el acerado mirando hacia el río. Del accidente sólo quedaba el coche abandonado. El rescate del vehículo no iba a ser tarea fácil. Estaba inmersa en esos pensamientos cuándo la voz de su marido rompió la calma. ¿Puedo salir ya?. No. Perdoname, me estoy congelando. !Te he dicho que aún no!. Miró hacia el origen de la voz, allí estaba Manolo con su chandal metido hasta la cabeza en el río, ese era su castigo. Verlo tornandose de color púrpura era el mejor de los sedantes.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Quilla! Que a mí me ha dado penica el pobre Manolo, ofú!
:*

Rox dijo...

Hace un tiempo pasome algo parecido... ayudé a un tipo que tuvo un accidente, salvo que la causa no fue la calima. Fue que iba más cocido que otra cosa. Así que le rescatamos, le metimos en un coche camino del centro de salud... y le denunciamos a la guardia siví. Por borracho asqueroso!