El motivo de su infortunio era que el viernes era el día de su tarea semanal: la compra. María elaboraba con esmero una lista de los más inútiles de los productos. Siempre lo mismo que si leche, pollo, lechugas, colacao, aceite, y así un sin fin de tonterías más. Nada interesante ni importante.
Años a tras iban juntos a realizar la compra y ese momento se convertía en el preludio de una gran pelea. María parecía que entraba en éxtasis nada más pisar el supermercado. A ella le gustaba recorrer todos los pasillos y revisar todos y cada uno de los productos. Además parecía que tenía un gps incorporado, sabía perfectamente dónde se encontraba cada patata, desodorante o lata de aceitunas. ¿En que oscuro rincón de su cuerpo tendría el dichoso aparatito?. A Manolo le hervía la sangre ¿ te queda mucho? le soltaba tras cada paradita. Ella, ni caso. El carro iba llenándose lentamente. Cuándo llegaban a los estantes encima se ensimismaba leyendo la letra minúscula de algunos productos, eso ya lo ponía como una moto ¿ contaban algo interesante o se trataba de algún mensaje cifrado que sólo ellas podían entender?. Un negro pensamiento se le cruzó por la testa. Seguro que la señora que envasaba aquello, que fijo era mujer, les chivaba en forma de criptograma el siguiente estante al que debían acudir para joderle el día al marido.
Todo esto eran minucias comparado con el desdén final. Ella no percibía las ofertas de los más variopintos artilugios que de vez en cuando aparecían en algún pasillo del supermercado. Era como si el llamativo letrero se volviese invisible. Allí si que podían encontrarse los más fastuosos tesoros: palillos de dientes, tuercas, balanzas, sombrerillos de papel, infladores, zapatos sueltos de números inimaginables y un sin fin de cosas únicas e interesantes. Ella, ni caso. El puñetero carro paseaba por allí sin hacer ni una misera paradita.
Una vez llegados a la cola, que siempre era enorme por que esa es otra, parece ser que todas acuerdan la hora y el momento de llegar a las cajas, Manolo sufría un ataque de cólera. Siempre le tocaba la caja tonta, o la cajera ese día sufría una demencia, o la maquinita se estropeaba. También estaba el día de la compradora pejiguera aquella que revisa la compra tres o cuatro veces, le pregunta a la cajera por cada uno de sus cientos de parientes o bien compartía su experiencia en los estantes con la clienta de atrás. Una locura. Hasta que el coche no estaba cargado y en marcha no asomaba ni un atisbo de alivio en el careto de Manolo.
5 comentarios:
Odio hacer la compra!!!
;)*
A mi me encanta el momento carro de los sábados mornings.
Necesito una voluntaria para que este sábado me haga la compra.
Ladyache, veo que levantas el dedo timidamente?
Besos,
La bisho.
te echo de menossss...
Mons
Con lo diver que es ir a hacer la compra! pobre Manolo jajaja
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