Todos somos iguales, aunque nos afanamos por ser diferentes. Destacar de una manera u otra puede ser un objetivo aunque nunca debería ser una meta.
María se afana por recoger la casa, hoy tienen visita. Ayer la llamó su marido para anunciarle que su sobrina Sonia pasaría a verlos. Ella vive en el norte y hace más de tres años que no se ven. María la recuerda cómo una joven bonita y agradable que por aquel entonces acababa de terminar sus estudios. El tiempo aún acompañaba y el calor aún no había empezado a hacer de las suyas. Así, excepto en algunas horas puntas, los días eran agradables. Manolo repasó las luces del aseo, una estaba fundida y recordaba que Sonia se pasaba horas y horas metida en el baño acicalándose.
De la nevera colgaba un enorme papel en el que María había programado cada día al minuto. Él se cansaba sólo de leerlo. Cuándo sonó el telefonillo, se colocaron todos en la puerta con una amplia sonrisa. Por fin se abrió el ascensor y salió la chica. Los niños fueron rápidamente a darle el beso de bienvenida, su madre les había dado instrucciones precisas del recibimiento que debían darle a su prima y de, no ser así, se expondrían a la ira materna. A Manolo se le quedó cara de pasmo. No sabía si aquello era una mujer o una chatarrería ambulante. ¡Flipante!. Algunas de aquellas tuercas y alambres que le colgaban del cuerpo eran increíbles. Hizo un rápido repaso mental de su caja de herramientas; él creía que la tenía bien surtida pero viendo aquello su caja era una verdadera porquería. Salvado aquel primer instante de expectación y tras recibir un disimulado codazo en el costillar, se acercó a la sobrina la besó y recogió su maleta. La maleta consistía en una mugrosa bolsa de lona, de la que era imposible detectar el color.
María atosigaba a la invitada a preguntas, ofreciéndole café, zumo, agua, refrescos y galletas. Sonia se dirigió al aseo para refrescarse un poco y prometió que luego les contaría resumidamente como le iba la vida. Fueron al salón, la chica cogió su bolsa de lona y la colocó en el suelo para tumbarse encima, según les comentó estaba acostumbrada a reposar en aquella postura. Al principio, no les fue fácil entenderla. Llevaba una especie de chincheta en la lengua que hacía que pronunciara algunas palabras cómo si llevara un trozo de trapo en la boca. María observaba lo bien que le quedaban la camiseta interior de colores y los pantis. Parecían una segunda piel, era increíble. De repente se dio cuenta de que aquello no era tela, ¡era su pellejo!. Sólo el trozo de cara que se dejaba ver tras el metal no estaba tatuado.
La sobrina les comentó que al terminar la universidad decidió autoencontrarse y que los piercings eran la mejor forma de expresión del arte corporal. María le confesó que en un primer momento había pensado que sufría de una rara epidemia de verrugas, lo cuál la había alarmado un poco por miedo al contagio. Manolo no abría la boca, había descubierto en la oreja derecha de Sonia una colección de anzuelos envidiable.
Todo había empezado el último año de medicina. Había conocido a un joven y empezado una bonita historia de amor. Ella terminó con unas notas envidiables que le permitían elegir trabajar de residente en el hospital que le viniera en gana. El chico, por su parte, ese año no acababa todavía y sus notas eran tan nefastas que sólo entraría en un determinado hospital, que para más señas estaba en el quinto pino. Total que ella hizo sus maletas y allá que se fue a esperarlo. El alquiler del primer año era asfixiante por lo que entre la falta de pelas y las horas de trabajo la convirtieron en una especie de ermitaña. No lo llevaba tan mal al parecer. Deseaba que pasara rápidamente el año y que su novio terminara de una vez para reunirse con ella. Entre los dos pagarían el piso, tal y cómo habían planeado. Tendrían dinero y lo que era más importante, se tendrían el uno al otro. Llegado el momento, Jacinto, que así se llamaba la joya, le dio el notición: Por fin he terminado, en un mes estaré ahí pero necesito que tengas preparada la otra habitación. Resumiendo, el tal Jacinto se había echado novia y se mudaban al piso de Sonia.
María no entendía como su sobrina les permitió la mudanza. Ella, desde luego, habría cogido al imbécil aquel y le habría dado para el pelo. Así fue como Sonia, al año siguiente, se mudó de piso y empezó a compartir otro con unos jóvenes que se dedicaban a las artes: Pintores y músicos, en su mayoría, que intentaban triunfar pero que a lo sumo, trabajaban de saltimbanquis por las calles. Para subsistir decidieron montar un negocio de tatuajes y piercings. Sonia era la principal accionista ya que sólo ella tenía un oficio remunerado. Además de poner el dinero había servido de modelo para los artistas: ella era la promoción andante del negocio.
La sobrina no quiso quedarse, estaba sólo de paso. Sus amigos habían venido con ella y la esperaban en una furgoneta con la que estaban recorriendo todo el sur de playa en playa. Eran lugares idóneos para, aprovechando las vacaciones, hacer algunos trabajitos extras: pequeños tatuajes de henna y trencitas de colores. A millonarios estos no llegan, parecían decirse uno al otro con la mirada.
Se quedaron muy tristes, contemplaban a los niños pensando en lo caprichoso que es el destino y las putadas que la suerte te puede jugar. Eso sí, si alguna vez se topaban con Jacinto le iban a dar hasta en el carné de identidad.
3 comentarios:
Y qué ajco me dan los piercings!!! y más en la cara... puaj!
Una bobada ... alguien se preguntó si la sobrina es feliz?? ;P
¿a Jacinto? la decisión fue de la sobrina no de jacinto, que no deja de ser un imbecil, pero poco responsable de la vida bohemia de la niña....
(he vuelto, tengo una foto en mi blog, jejejejejeje)
Bicooooooooooooooooos
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