miércoles, 25 de junio de 2008

La Feria




El verano invita a la fiesta y al jolgorio. Al refresco de la noche, la gente sale a celebrar el tueste matutino.


¡Niña, arréglate que nos vamos de fiesta!. Era el primer día de feria en el pueblo y Manolo tenía ganas de marcha. A las doce del medio día, María se encontraba preparando los trajes de feria. En el termómetro, 38º. Puso la plancha y con el vaporcillo le entró el primer soponcio. Su marido había quedado a las dos de la tarde en la caseta, una hora estupenda...
Se decidió por una falda negra de amazona, camisa sin mangas pero con chorreras y una enorme flor colorá para el pelo. !Que guapa estás, mujer!, le decía una y otra vez su marido. Ella le sonreía sin levantarse de la silla. Su mirada quedaba fijada sobre las dos botas camperas que descansaban a su lado. Aquello iba a ser un martirio, con aquella calor y eso en los pies, la juerga de juanetes estaba asegurada. Se armó de valor y se las encasquetó. Ya estaban listos.
Al salir de casa recibieron el primer bofetón de calor. Paseaban por el recinto en busca de su caseta que tenía aire acondicionado. Iban chorreando. En las calles habían colocado numerosos aspersores que lanzaban una sutil llovizna. Ella iba andando justamente debajo de los chorros pero aquello no mojaba. Manolo iba radiante, muy contento con la camisa empapada en sudor y pegada al cuerpo.
Le pegaron a la manzanilla y al fino como descosidos; tampoco le hicieron ascos a la cerveza y al tintorro. El de la barra con aquellas temperaturas se iba a hacer de oro. El panorama era dantesco, en menos de dos horas estaban todos borrachos como cubas, cuanto más bebían más calor tenían. ¡ Otra jarrita! que estamos achicharraos. Los más osados salían a bailar y a más de uno hubo que sentarlo y prestarle los primeros auxilios.



María sentada estaba pasando un verdadero calvario. El dolor en sus pies era insoportable. Tenía que pensar en algo y deprisa. Se quitó las botas y las dejó justo debajo de su falda, de modo que el que la miraba no podía ni imaginar que en realidad estaba descalza. Ahora sí que empezaba a disfrutar. Una señora que estaba a su lado iba menguando en la silla. Llevaba un hermoso vestido con más de diez volantes y una peineta gigante en la cabeza. Era como si el vestido se la estuviese comiendo, cada vez se veían más volantes y menos carne. De pronto el vestido cayó al suelo. Dos caballeros fueron en su auxilio. Levantaron el amasijo de tela y empezaron a buscar al ente que se suponía vivía dentro. Una nueva baja. Habían habilitado un área en la caseta para el depósito de los caídos y la zona empezaba a saturarse.



Manolo era inmune. Su mujer lo llamó para que se fijara en su amigo Antonio. Llevaba más de dos horas apoyado en la barra sin moverse. Se acercó y empezó a hablarle pero no obtuvo ninguna respuesta. Los ojos de su amigo miraban hacia un único punto en la pared de la caseta. Craso error el de Manolo, mira que tocarle el codo, único punto de apoyo del amigo a la barra. Calló en perpendicular al albero.



Después de aquello decidieron marcharse. El sol por fin se apagaba y aprovecharían la fresca para la vuelta. Cuando llegaron a casa Manolo descubrió que María iba descalza. En la caseta delante de una silla descansaban sus botas camperas.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Menos mal que a Maria no le molestaban las bragas!

;***

Rox dijo...

Visto así... no tenía la más mínima intención de pedir que me invitases... ahora menos.

Anónimo dijo...

Ay mare! besitos y buen finde guapa

Mons