martes, 2 de septiembre de 2008

La Edil




Se levantó muy temprano, dio un bote de la cama y salió corriendo hacia el baño. Estaba claro que cenar no era lo suyo. Su sueño había sido desapacible aunque le era imposible recordarlo. Sólo algunas caras chispeaban en su memoria. Los ojos como dos huevos duros eran el presagio de que no iba a ser su día.


Una vez sentada en la mesa de su despacho empezó a planificar las tareas del día. En las oficinas colindantes estaban de nuevo de obras. El olor a pintura era asfixiante y encima en aquel vetusto edificio era impensable colocar aire acondicionado. Unas mujeres entraban y salían revisando el trabajo de remodelación de las oficinas. Una de ellas parecía ser la líder del grupo. Vestía un traje floreado a media pierna, era rechoncha y llevaba una bolsita de plástico en la mano en la que parecía transparentarse su monedero. Debía ser la jefa porque el resto con sus camisas transparentes, escotes ombligueros y pantalones coquineros no la hubieran aceptado en sus filas con aquella simplona indumentaria.


Todas habían pasado ya sobradamente los treinta y tenían una apariencia ambigua: entre lo fashión y lo ordinario. María no se hubiese parado a estudiar con tanto de talle a aquel grupo de no ser por las continuas interrupciones a su trabajo. La puerta de su oficina era de cristal y en su despacho había también una enorme ventana, tipo pecera, que daba a la entrada , así que todo el que pasaba la veía de pleno. Se dio cuenta que cada vez que la jefa miraba hacia su oficina, escudriñando hasta el último rincón, era presagio de la entrada sin miramientos de alguna de aquellas señoras disfrazada de niñata. ¿Vosotros que hacéis aquí? ...que bien...¿cuántas sois en la oficina?.....qué estantería tan mona... A María todas aquellas interupciones la iban cabreando cada vez más. Ella también sentía curiosidad pero algo en su interior le decía que pusiera tierra de por medio con los nuevos vecinos.


Una vez instaladas, la cosa empeoró. El primer día a la hora de la salida, una de las mujeres asomó la cabeza a su despacho pidiéndole que al salir cerrara la puerta que daba paso al ala de despachos. María la miró y simplemente volvió a bajar la cabeza. Esta actitud no debió de gustarle a la tipa aquella que salió sin decir ni mu. Casi instantaneamente, se asomó otra cabeza de cabellos color pajizo, ordenándole que cerrara la puerta. A María ya le estaban empezando a tocar las narices, se contuvo un improperio y le explicó a aquella fregona pintada que esa puerta la cerraban los trabajadores de limpieza y mantenimiento. El estropajo salió . No había terminado de correr el aire que abanicaba la puerta al abrir y cerrarse cuándo otra de las mujeres entró de nuevo a su oficina. !Esta venía farruca!. María cerró los ojos y sonrió maliciosamente. No era uno de sus mejores días y el horno no estaba para bollos.

A grito pelado una mujer larguirucha, pintada cómo una careta de carnaval, volvía a ordenarle el cierre de la puerta. María tuvo una idea, le habían jodido el día. "No", respondió sin más con un volumen bien alto. La mujer se quedó de piedra, no supo si verdulear o estrangular directamente a María. La única reacción fue su salida en silencio. Esta vez la tranquilidad fue algo más duradera, cinco minutos. La siguiente en entrar debía de ir al gimnasio, porque entrar tan rápido con aquella cantidad de abalorios colgándole del cuello, orejas y brazos no debía ser nada facíl. Entró de manera rotunda, exigiendo el cierre de la puerta. Se le notaba gran soltura en la tarea de avasallamiento, se trataba seguro de la mano derecha de la marujona. La señora concejala quiere ¡que cierres la puerta!. ¿Y? fue la respuesta de María. A ella, la señora y la concejala le importaban un comino, se estaba hartando de chulerías y tenía que sofocar sus enormes ganas de salir y ponerle la bolsa de plástico en la cabeza. Recapacitó y decidió tomar el camino más doloroso para cualquiera que tuviera un cargillo: "ignorarla". Aunque la idea de asfixiarla con monedero y todo era realmente atractiva.

La desdeñada no iba a dejar las cosas asi. María se había convertido en un grano a extirpar y ella desde luego era una revienta forúnculos experimentada, cómo si no se explicaba que con aquellos modos y talante tuviese un cargo público. Sus secuaces tenían una misión: doblegar a la insurrecta de la oficina de enfrente. El siguiente ataque serían sus periódicos.



Cada mañana María recibia sus periódicos. Eran una verdadera tortura pero su trabajo la obligaba a leer los diarios. Las sicarias de la concejala empezaron a postarse en el pasillo para amedrentar a la repartidora. En cuanto se percató de esta situación, la cortó de raiz. Salió al pasillo y haciendo frente al grupito les increpó que intentarán apropiarse indebidamente de sus periódicos. Quien quiera peces que se moje el culo, debieron de pensar las esbirros al ver a una María en jarras y hecha una fiera. Se replegaron a sus cubículos cabizbajas ante la pertinaz mirada de su jefa. Ante este nuevo fracaso rodarían cabezas, de eso estaban seguras.


María seguía inquieta, aquello había sido sólo una escaramuza. La señora aquella era peligrosa, pero lo que la concejala no sabía es con quién se batía el cobre.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Me tardabas ya! Gracias y felicidades por retomarlo. Bicos

Anónimo dijo...

Joé!!! En ascuas me tienes!!! Te ha faltado poner al final: CONTINUARA ...

Se te extrañaba, totona!

Anónimo dijo...

Buahhhhhhhhh, yo esperaba un anecdotario de las vacaciones de María y Manolo.
Que no boba, que me ha gustado mucho!
La Bisho

Anónimo dijo...

Uishhhhhhhhhhhhhhhhh, por Dios no me dejes así....Termina lo que has empezado.....¿con quién se las tenía que ver la concejala...?Asias por volver y hacerme el día más agradable.