miércoles, 25 de junio de 2008

La Feria




El verano invita a la fiesta y al jolgorio. Al refresco de la noche, la gente sale a celebrar el tueste matutino.


¡Niña, arréglate que nos vamos de fiesta!. Era el primer día de feria en el pueblo y Manolo tenía ganas de marcha. A las doce del medio día, María se encontraba preparando los trajes de feria. En el termómetro, 38º. Puso la plancha y con el vaporcillo le entró el primer soponcio. Su marido había quedado a las dos de la tarde en la caseta, una hora estupenda...
Se decidió por una falda negra de amazona, camisa sin mangas pero con chorreras y una enorme flor colorá para el pelo. !Que guapa estás, mujer!, le decía una y otra vez su marido. Ella le sonreía sin levantarse de la silla. Su mirada quedaba fijada sobre las dos botas camperas que descansaban a su lado. Aquello iba a ser un martirio, con aquella calor y eso en los pies, la juerga de juanetes estaba asegurada. Se armó de valor y se las encasquetó. Ya estaban listos.
Al salir de casa recibieron el primer bofetón de calor. Paseaban por el recinto en busca de su caseta que tenía aire acondicionado. Iban chorreando. En las calles habían colocado numerosos aspersores que lanzaban una sutil llovizna. Ella iba andando justamente debajo de los chorros pero aquello no mojaba. Manolo iba radiante, muy contento con la camisa empapada en sudor y pegada al cuerpo.
Le pegaron a la manzanilla y al fino como descosidos; tampoco le hicieron ascos a la cerveza y al tintorro. El de la barra con aquellas temperaturas se iba a hacer de oro. El panorama era dantesco, en menos de dos horas estaban todos borrachos como cubas, cuanto más bebían más calor tenían. ¡ Otra jarrita! que estamos achicharraos. Los más osados salían a bailar y a más de uno hubo que sentarlo y prestarle los primeros auxilios.



María sentada estaba pasando un verdadero calvario. El dolor en sus pies era insoportable. Tenía que pensar en algo y deprisa. Se quitó las botas y las dejó justo debajo de su falda, de modo que el que la miraba no podía ni imaginar que en realidad estaba descalza. Ahora sí que empezaba a disfrutar. Una señora que estaba a su lado iba menguando en la silla. Llevaba un hermoso vestido con más de diez volantes y una peineta gigante en la cabeza. Era como si el vestido se la estuviese comiendo, cada vez se veían más volantes y menos carne. De pronto el vestido cayó al suelo. Dos caballeros fueron en su auxilio. Levantaron el amasijo de tela y empezaron a buscar al ente que se suponía vivía dentro. Una nueva baja. Habían habilitado un área en la caseta para el depósito de los caídos y la zona empezaba a saturarse.



Manolo era inmune. Su mujer lo llamó para que se fijara en su amigo Antonio. Llevaba más de dos horas apoyado en la barra sin moverse. Se acercó y empezó a hablarle pero no obtuvo ninguna respuesta. Los ojos de su amigo miraban hacia un único punto en la pared de la caseta. Craso error el de Manolo, mira que tocarle el codo, único punto de apoyo del amigo a la barra. Calló en perpendicular al albero.



Después de aquello decidieron marcharse. El sol por fin se apagaba y aprovecharían la fresca para la vuelta. Cuando llegaron a casa Manolo descubrió que María iba descalza. En la caseta delante de una silla descansaban sus botas camperas.

lunes, 23 de junio de 2008

La Noche de San Juan



La noche del 23 de junio se convierte en día con la luz de las hogueras. Se rinde homenaje al gran astro luminoso, haciéndolo presente incluso cuando está en su retiro. Pero es, sobretodo, una noche mágica en la que la tradición nos concede los deseos a través de multitud de rituales.




Llegaron pronto a la playa, querían ver los "Juanillos" antes de que se convirtieran en cenizas. La gente estaba toda la tarde improvisando sus muñecotes de leña y trapo, los cuáles representaban algo negativo que deseaban borrar de sus vidas mediante el fuego purificador. Así construían pateras, y recreaban guerras, políticos, artistas, jefes e incluso a cruentos criminales. Todo debía estar listo para arder a media noche. Cada cuál quemaba lo que le daba la real gana. Bueno, más de una vez hubo que llamar a las fuerzas del orden por que algún vecino se empeñaba en hacer creer que la suegra era un Juanillo, y claro, no colaba.


La gente se sentaba en corrillos, hacían su pequeña fogata y esperaba la hora mágica para echar en ella los más variados artilugios. Entre las que más ardían estaban las de los estudiantes que echaban todos sus apuntes al fuego. Con algunos tochos las llamas se sobrealimentaban logrando un tamaño considerable. Todos tenían papelotes en las manos en los que habían impreso sus deseos aniquiladores. Algunas mujeres se iban a la orilla y comenzaban a dar saltitos sobre las olas. María le explicó que debían de dar nueve saltos para propiciar el embarazo. Manolo no podía dejar de mirar a una abuela que saltaba como una descosida... Claro, con nueve ésta ni de coña.


Se acercaron a la orilla dónde un grupo bien nutrido de personas de distinta índole tiraba flores al mar, preguntaron para qué lo hacían y se armó la marimorena. Unos que para que volviera el ser amado, otros que por los que ya no están, los menos por que el resto lo hacía...No hubo manera de que se pusieran de acuerdo y se ensalzaron en una turbulenta discusión.



Lo más llamativo era, sin duda, el baño. Muchos de los congregados tras la quema corrían rápidamente al agua a terminar de purificarse. Los más osados totalmente en bolas e incluso alguno, andaba desnudo y de espaldas hacia el agua, con el fin de que se le otorgara el don de realizar prodigios. Mirando a uno de estos últimos, notaron que realmente al hombre le hacía falta el hechizo por que poco prodigio iba a realizar con aquel colgajillo.



Tampoco faltaban las brujas. Se las veía bailar alrededor de las hogueras, algunas a ritmo de Hip-Hop, Dance e incluso al son del Fari. Una de ellas vociferaba una lista de predicciones: escribe en un papel lo que quieras olvidar y quemalo... si te pones bajo una higuera con una guitarra esta noche la tocarás como Paco de Lucía... esta noche florecerán las higueras y los helechos.....Y así una larga perorata. A Manolo se le puso la carne de gallina ante aquel espectáculo. María, el año que viene voy a ponerme debajo de la higuera con la flauta, la guitarra y las castañuelas; me llevaré una palangana con agua de mar para pegarme un baño en pelotas, en una mano llevaré el papel para quemar los malos momentos y en la otra el mechero. María lo miró perpleja. ¿Y con qué piensas tocar la guitarra?. Bueno mejor no me contestes y vamonos a casa.


Echaron un último vistazo a la playa: fuego, baile, gritos y gente desnuda corriendo.... ¡El diablo andaba suelto!.

miércoles, 18 de junio de 2008

Povedilla




Los recuerdos son el billete de ida y vuelta al pasado, en viajes de trayectoría corta. Cuándo regresamos traemos sonrisas añoranzas, lágrimas y por qué no, esperanzas.

Nueva jornada de trabajo. El único aliciente era, como de costumbre, ir descontando las horas que lo aproximaban al viernes. Cada minuto que pasaba se festejaba como triunfo. Él había oido hablar de gente que disfrutaba en el trabajo, desde luego ese no era su caso. No había mal ambiente, ni era sometido a trabajos forzosos pero que iba por las pelas, lo tenía claro. Cada vez que oía a algún compañero decir que si le tocaba la primitiva no dejaría de trabajar, pensaba que el tipo estaba para el arrastre. ¿Aburrirse?. Si claro, que el se iba a aburrir con un monton de euros y tiempo para disfrutar.


Le vino a la mente la imagen de su amigo Povedilla. Había sido un hombre amable pero triste, siempre cabizbajo y ceñudo. Un día, no llegó al trabajo. Nadie lo echó de menos, excepto la arpía de personal que a los cinco minutos de retraso ya estaba con un parte en una mano y el teléfono en la otra. No podía olvidar ese instante, se regodeaba en aquel momento una y otra vez. Por casualidad el había entrado en el despacho de la bruja aquella para entregarle el informe mensual y se encontró con la sorpresa. Ella comenzó en un tono de suma soberbía, nada nuevo. Pero de pronto se quedó muda, empezó a enrojecer y a gritar !Povedilla, se está usted pasando!. El hombre gris le estaba dándo un repaso a la tipeja de órdago. ¿Habría perdido la cabeza su amigo?.
Después de aquel maravilloso espectáculo, tuvieron que pasar aún dos días para verle la calva a Povedilla. Estaba irreconocible, una sonrisa espectacular dejaba asomar su rala dentadura. Su porte apocado había sufrido una envidiable mutación, se mostraba bizarro, expléndido e incluso como más tarde comentaría la secretaria, atractivo. Saludó con efusivos golpes en la espalda a los compañeros, sólo con él mostró la misma calidez y sencillez de costumbre. Se sentó en su mesa y empezó a vaciar los cajones. Directamente iban despareciendo los informes, de uno en uno, en la papelera. Lo único que recogio cariñosamente fueron las fotografías de sus hijos y la cajita de los clips, con la que tan buenos ratos había compartido haciendo interminables cadenas. De pronto empezó a soltar carcajadas delante del ordenador. Manolo se acercó disimuladamente para intentar tranquilizarlo. Alli estaba Povedilla con el dedo pegado en la tecla suprimir, destruyendo todo lo almacenado durante años. Manolo no entendía nada.


De pronto llegó el jefe acompañado de su fiel esbirro, la bruja de personal. La mujer venía con ganas de venganza, echó una maliciosa mirada a Povedilla. En vez de acojonarse, la miró a los ojos con una amplia sonrisa. Desde luego, ¡ha perdido la cabeza!, pensaba Manolo casi en voz alta. Los intocables pasaron al despacho vip, poco tardarían en llamar al desdichado. Tal y cómo estaban las cosas el final de Povedilla iba a ser a bocajarro. La secretaria, cogió el teléfono, era la línea interna. !Sr. Povedilla! el Sr. Director desea que pase ahora mismo a su despacho. En el camino a su desdichado destino pasó por la mesa de Manolo y le dijo: no te preocupes para lo que me queda en el convento....

Lo que aconteció luego ha quedado grabado en la mente de todos como uno de los momentos más gloriosos de la empresa. En vez de oir los gritos del Director y de su esbirro, era la voz de Povedilla la que con más claridad les llegaba. Soltó por la boca todo lo que le vino en gana. Salió con el rosotro lleno de felicidad, antes de cerrar la puerta asomó de nuevo la cabeza al despacho y le dijo a la de personal que quería su liquidación lo antes posible. Luego recogió las fotografias, echó un vistazo a su alrededor e invitó a todos a una copa en la cafetería a la salida.

Desde aquel día, aunque no lo comentan, todos juegan a la lotería, cupones e incluso al bingo. ! Que envidiable suerte la de Povedilla!.

miércoles, 11 de junio de 2008

Calima




La calima llenaba las calles, envolviendo en un manto opaco lo conocido. El cielo había desaparecido y se fundía con los difuminados bordes de los edificios. La realidad se desdibujada. Ese día habían decidido ir a pasear. Había que preparar el tipo en la medida de lo posible, se acercaban los días de despelote en las playas.


Mujer no te preocupes, el día levantará, esta bruma nos traerá un día de mucha calor. Ella había conocido muchas mañanas así, y por lo general se cumplía el pronóstico de su marido. Se pusieron el chandal y salieron a la calle. No se veía ni tres en un burro. Manolo, creo que es mejor volverse hasta que esto se disperse. Mira que eres aguafiesta, que no pasa nada y luego hará un calor espantoso del que también te quejaras. Bueno, vamos a seguir prefiero andar que sufrir tu perorata.


Caminaban despacio ya que no se divisaba nada que distara más de un metro. A la media hora del dichoso paseo, Manolo empezó a notar como se le hinchaba la vejiga, se estaba orinando. Cómo no se veía nada, nadie lo vería a él, así que sin pensárselo dos veces paró y en ese mismo lugar se puso a orinar. El ruido sonaba como cuando se vierte agua sobre el fregadero, fuera lo que fuera que estaba mojando era metálico. Dio un paso en el sentido del orín y vislumbró la parada de autobús. Un señor empezó a increparle su comportamiento, primero a media voz pero en un segundo el volumen aumentó de forma considerable, además se le iban uniendo otras voces, por lo que dedujo que la parada debía de estar repleta. Aprovechando la niebla retrocedió dos pasos para desaparecer de nuevo de aquel lugar.


Empezó a llamar a voces a su mujer, ella estaba quieta intentando descubrir de dónde procedía el griterío que le llegaba. Cuando por fin se encontraron reanudaron la marcha. ¿Has oído los gritos? desde luego que hay gente para todo, menudo energumeno, mira que ir a mearse a la parada del autobús. Si yo llego a estar alli le doy una patada en los innombrables que se entera. A Manolo lo invadió un dolor reflejo, pensando en aquellas palabras.



Ya llevaban una hora caminando y la niebla seguía manteniendo el mismo espesor. Iban muy, muy despacio sorteando farolas, coches y papeleras. Estaban bordeando el río, de repente vieron unas luces que igual de rápido desaparecieron. Manolo ¿has visto eso? vamos a parar quizás es alguien paseando con linternas. !Que va! eso son extraterrestres que aprovechando que no se ve ni torta están reconociendo el terreno a cara descubierta. Mira que eres imbécil cuándo quieres, ¿crees que me asustas?. La verdad es que él no tenía esa intención, aunque si el deseo de encontrarse con unos pequeños hombrecillos verdes, de enormes cabezones y ojos reflectantes.


Empezaron a caminar hacia dónde habían visto brillar las dos luces por última vez. Justo estaban en la curva del río, se asomaron y vieron un coche que había caído desde la carretera. ¿Qué hacemos?, ¿ves a alguien?, ¿hay alguien?, ¿están bien?, !oigan!, !oigan!. De pronto vieron a un hombre que vacilante se dirigía hacia ellos, se notaba que estaba desorientado por el golpe. Rapidamente lo sentaron en la acera, vieron que tenía un enorme chichón en la cabeza pero no se apreciaba nada más. Le preguntaron si viajaba sólo pero no respondía. Manolo cogió su móvil para llamar a una ambulancia y a la guardia civil. Se volvió con el teléfono en la mano a su mujer y le dijo que bajara al coche por si el había alguien más. Ella se quedó de una pieza, no mejor dejame a mi la llamada y bajas tú. No seas cobardica, !baja!; a lo mejor hay niños, algún anciano e incluso un perrito.... María lo miró con rabia, él sabía que ella bajaría. Como pudo, tanteando más que mirando, llegó al coche, el motor estaba encendido al igual que las luces. Miró en su interior pero allí no había nada más que dos enormes dados colgados del retrovisor. Echó un vistazo alrededor del vehículo por si habían salido disparado con el golpe. Estaba aterrada, nerviosa y helada.


¿Hay alguien?. No. Pues deja de perder el tiempo y sube. La guardia civil debía andar muy cerca ya que llegó antes incluso de que María logrará alcanzar de nuevo la acera. Se dirigieron al herido, lo examinaron y empezaron a preguntarle si iba solo en el vehículo. Cuándo vieron aparecer a María le echaron la bronca del siglo ¿Cómo se le ha ocurrido bajar al coche?. ¿No se ha dado cuenta del peligro?. Ella intentó explicarles su preocupación y cómo su marido la había animado, pero la tensión del momento le había provocado un nudo en la garganta y sólo logró decir algunas palabras inconexas.


La niebla se disipó, ella seguía sentada en el acerado mirando hacia el río. Del accidente sólo quedaba el coche abandonado. El rescate del vehículo no iba a ser tarea fácil. Estaba inmersa en esos pensamientos cuándo la voz de su marido rompió la calma. ¿Puedo salir ya?. No. Perdoname, me estoy congelando. !Te he dicho que aún no!. Miró hacia el origen de la voz, allí estaba Manolo con su chandal metido hasta la cabeza en el río, ese era su castigo. Verlo tornandose de color púrpura era el mejor de los sedantes.

martes, 10 de junio de 2008

Uno más, María




Otro mes que se esfumaba del calendario. Recordaba con nostalgia cómo duraban los años en su infancia e incluso en la adolescencia, eran largos y casi interminables. Desde que llegó a los treinta la cosa cambió de forma radical, o los días habían encogido o algunos meses habían desaparecido por arte de magia. No había terminado de festejar la llegada de un año cuando de repente le caía otro. Como decía su marido no se estaba tan mal contando primaveras, claro que ya ellos en vez de primaveras casi que contaban otoños.

Hubo unos años en los que recordaba haber cumplido treinta y tres años, al menos un par de veces y lo mismo ocurrió con los treinta y cuatro. Sinceramente, el único que se tragaba aquello era su marido ya que el resto de amistades cuchicheaban al ver las velitas de la tarta. Manolo seguía cumpliendo años a velocidad constante por lo que de seguir así llegaría un momento en el que la diferencia de edad se notaría. ¿Cómo hacerle comprender que a partir de los cuarenta debían cumplir años sólo en bisiesto?. Qué simple y resignada es la naturaleza del varón.

Había pensado no celebrar su cumpleaños, Manolo desde luego no lo notaría. A su marido o se lo recordaba dos días antes o no había tu tía. Pero estaba la familia, a su madre desde luego no se le olvidaba, y también estaban los amigos, sobretodo aquellas arpías que la acompañaban desde la infancia y cuyo objetivo era recordarle con sonrisa maliciosa que llevaban al día la cuenta. En fin haría de tripas corazón y prepararía un pastel, por si se presentaban a festejar el dichoso día.


El pastel de ese año no sería apto para estómagos pequeños, se iban a enterar, ella cumpliría años pero ellos saldrían de allí con hermosas lorzas colgantes. Después de preparar la empalagosa bomba, llegaba el momento de las velas. Llamó a Manolo y le hizo el encargo. No, ya te he dicho que poner numeritos no me gusta, piensa en algo más fino y con más clase. Vaya marrón que me ha caído pensaba Manolo, además aún no le había comprado nada ni siquiera se había acordado.


En el trabajo empezó a darle vueltas al asunto del regalito. Pensó que lo mejor siempre es ponerse en el lugar del que cumple años para ver que resultaba más apropiado. Un taladro pequeño de esos que vienen en esas cajitas metálicas tan chulas estaría bien, !pero eso ya se lo regaló en navidades! y además seguro que no acertó con el color por que su mujer estuvo una semana sin hablarle. Mejor preguntar a la secretaria. ¿Unos pendientes de oro? vaya materialista y poco gusto que tenía esa mujer. A la salida del trabajo fue a una tienda cerca de casa y empezó a mirar pendientes. Que precio tan alto tenían aquellas cosas, en fin tras mucho buscar decidió cambiar de tienda. Compró dos pequeños brillantitos de color verde engarzados con un tornillo de plata. La cosa al final había salido bien, por cinco euros tenía el regalo perfecto. Ahora quedaba la vela. ¿ Cuántos años cumplía? . Creía recordar que el año anterior había cumplido treinta y ocho ¿o eso fue hace dos años?, cada vez tenía peor memoria.


Sus peores presentimientos se hicieron realidad, el teléfono empezó a sonar. Una amiga, otra y otra, el grupo de arpías se autoinvitaban para festejar el evento. Preparó café, saco bebidas y el pastel asesino, todo listo para que llegaran los invitados. Una vez todos reunidos en el salón empezaron los estúpidos comentarios, todo eran rodeos y laberínticas ocurrencias para llegar al tic del asunto ¿cuántos cumples?. Cuarenta oía una y otra vez en su cabeza, pero de eso ni mijita. Cumpliría treinta y nueve, ya que los treinta y ocho los cumplió el año pasado y el anterior. Ella sabía que su madre, como sabia mujer y por la parte que le tocaba no desmentiría aquello. Tener una hija de esa edad tampoco la favorecia. Su padre como caballero que se viste por los pies, era incapaz de recordar ese tipo de minucias. !Manolo! normalmente no hacia ese tipo de preguntas, pero ese hombre era impredecible y sin querer era capaz de estropearle el día. Llegó el momento de la tarta y Manolo trajo la vela. No era un cirio, pero se le parecía. Era una vela gorda y larga que además sonaba con un agudo tíntineo que entonaba el cumpleaño feliz. Todos se rieron de lo lindo al ver aquella cosa en la tarta, bueno todos menos María. Le preguntó a su marido que dónde había comprado aquello y el le dijo que en el chino de al lado de casa y que le habían asegurado que era el no va más. Al ver que a su mujer no le había gustado mucho la vela sacó el regalo. Todas la miraban con envidia, ella blandía el pequeño estuche de joyería en su mano. !Ja! la envidia las corroe pensaba mientras abría con gran protocolo la minúscula caja. Cuando abrió la tapa allí estaban aquellos pequeñitos brillantes verdes que el chino vendía a porrillos en el mostrador de la tienda. Manolo vio aquel brillo en los ojos de su mujer, esta vez apostaría a que había acertado.


La fiesta por fin llegaba a su ocaso, María no veía el momento de que desaparecieran sus amigas. Fue entonces cuando su marido llegó con los pasaportes. No sabía bien por qué había estado rebuscando en un cajón y los había visto. No tenía ganas de aguantar a las pesadas de las amigas de María, así que empezó a ojearlos a ver si recordaba los sellos que tenían. Llegó corriendo al salón gritando !María! que te has equivocado que no cumples treinta y nueve, que te has comido uno. María quería que se la tragara la tierra, sus amigas abrieron los ojos expectantes y unas enormes sonrisas asomaban bajo sus narices. La madre de María, estuvo rápida como la mejor subalterna del mundo se lanzó sobre su yerno y le arrebató el pasaporte. Cómo te gusta fastidiar a mi hija, que graciosillo eres, mira que tienes la sangre gorda, anda tira para dentro y dejate de bromas. Manolo no entendía nada, obedeció a su suegra y salió del salón. Miro sobre su hombro hacia el pasillo, la madre le seguía de cerca sin quitarle de la nuca aquella terrible mirada.






martes, 3 de junio de 2008

Acicalándose






La tarde iba al galope, parecía que los minutos tenían prisa. Esa noche tenían fiesta, dejarían a los niños con la abuela. Para no ser muy pesados, decidieron que los llevarían a última hora justo antes de partir ellos a su jarana.


María le pidió a su marido que se fuese preparando. El tardaba un siglo en arreglarse y ella no pensaba salir de casa sin peinarse y maquillarse. Mientras que su marido se aseaba ella fue colocando los trajes en la cama. Ella se había decidido por un vestido morado con adornos arabescos, que le encantaba. Esa mañana lo había planchado y había rebuscado los complementos y abalorios que luciría. Preguntó a Manolo que se quería poner y él contestó que lo tenía todo listo y que no se preocupara. ¿Ella no aprendería nunca?. Al ver la ropa de Manolo empezó a ponersele gorda la vena del cuello, mala señal. La camisa parecía que había estado guardada echa un ovillo debajo de algo muy pesado y el pantalón lucía topos de colores inimaginables. No quería empezar de mala uva la noche, se armó de paciencia y se puso a arreglar el desaguisado. Limpió con un trapo húmedo las manchas del pantalón y planchó lo que en su día fuera una camisa. Más de media hora le llevó adecentar aquello.


Sólo faltaba una hora para el inicio del evento y Manolo seguía en la ducha. Tengo que lavarme el pelo y pintarme, luego no me vengas con las prisas. Nada. El enjabonado la miraba tras la mampara de la ducha con cara de felicidad. Cuándo por fin salió de allí, estaba más arrugado si cabe que su puñetera camisa. María se duchó lo más rápido que pudo, ya le había fastidiado el lavado de pelo tan espectacular que pensaba darse pero aún le quedaba el peinado y el maquillaje.


Cogió el secador de pelo para arreglar su larga melena, estaba nerviosa ya que sólo contaba con media hora que incluía además el llevar a los niños a casa de la abuela. Decidió dejar húmedo el cabello, colocarse el vestido y los abalorios para poder maquillarse. Mientras se echaba espuma en el pelo, entró Manolo al baño para terminar de acicalarse. La vena del cuello de María iba cogiendo dimensiones considerables. Abrió el maletín y empezó a pintarse, cuándo ya estaba casi lista su marido tuvo un accidente con el tarro de gomina. Un inmenso lamparón en su vestido, y un pegotón en la cara fueron el resultado del incidente. !Mira lo que has hecho!. El la miró con ojos de borrego, orejas gachas y labios apretados. Ella pasó casi por encima de él, cogió el trapo húmedo y restregó con fuerzas el vestido, luego se limpió la cara estropeando su maquillaje, intentó quitarse el pegote del pelo pero se había puesto algo tieso. Como pudo arregló su pelo, recogiendolo torpemente con unas pinzas y se retocó por encima del maquillaje para disimular el desastre. La vena de su cuello ya tenía vida propia y estaba descontrolada.



Llegaron puntualmente a la fiesta, eso sí. Saludaron al resto de invitados, todos luciendo gala, que no palmito. Una de las señoras se acercó a ellos y alabó la pulcritud y el estilo con el que había aparecido Manolo en la fiesta, realmente impecable. Echó una socarrona mirada a María, lucía un cerco considerable en el vestido y un mechón de pelo que sobresalía con un trazo disparatado de su cabeza. Desapareció el cuello de María, absorbido totalmente por la vena. Miró a la señora y le preguntó si tenía en orden la póliza de decesos. La señora se marchó indignada hacia otro grupo de invitados. Manolo miró a su mujer, no llegaba a comprender cómo habiendo tardado tanto en arreglarse tenía aquel mal aspecto.