El revuelo en la escalera duraba ya una semana. Cada vez que salía de casa veía el enjambre de vecinas cuchicheando. Algo se estaba cocinando y lo que fuera lo iban a dejar bien churruscadito.
Manolo entró en casa con una gran sonrisa. ¿María has visto a la nueva vecina? !Que pedazo de mulata!. No tengo ni idea, pero ya sabía yo que algo estaba ocurriendo: están las vecinas revolucionadas. María decidió que tenía que verla, tenía que ser una mujer de bandera para que el zumbido vecinal durase ya una semana y siguiera increcento. A su marido y sus comentarios ya los apañaría más tarde.
Al volver del trabajo al día siguiente, se encontró con una nueva reunión de espeluznadas vecinas y algún que otro varón. Estos últimos podían ser de dos tipos: el que estaba interesado más allá de lo aceptable en el bombonazo, mal asunto si encima era un costillar de alguna de aquellas arpías; y el que tenía una vena marujil, peor todavía, ya que estas lenguas viperinas tiran a matar. Decidió escuchar de soslayo algunos comentarios. Lo primero sería pararse a rebuscar las llaves, como si su bolso fuese el gran desconocido. Luego se le caerían, con las prisas es que no se atina. !Pena de no tener cordones!, pensó María. Aún quedaba el enganche, es decir, hacer que el asa del bolso se quedara cogida con el pomo del portal, tarea para la que se necesita destreza pero que ella solventaría airosamente. Por último, mirar el correo lo cuál le daría algún minuto más ya que es de dominio general, que los buzones con el incremento de la publicidad están medio reventados y cuesta un huevo abrirlos.
Cuestionaban la moralidad de la nueva vecina. Que si va provocando, que si tanto maquillaje, que a saber tú dónde trabajará, que si me han dicho que han oído, bla, bla, bla. Oír aquello y pensar en la canción de Ruibal "la diosa de África", fue todo en uno. !No veas cómo debe ser la vecina! pensó María. Justo iba abrir la puerta del ascensor cuándo la vio dentro. Realmente era una mujer despampante. Mediría algo más de un metro setenta, era desde luego negra zaina, esbelta y con una cara preciosa. No tenía nada que envidiarle a la Campbell. Cuándo se encontraron la mujer le lanzó una enorme y franca sonrisa, que ella devolvió con un amable saludo. Su indumentaria era de lo más correcta, pero claro con aquel cuerpazo un pantalón vaquero se convertía en arma de depravación. Si ella tuviese aquel tipo las vecinas iban a tener de que hablar durante dos meses seguidos, eso seguro.
Unos días más tarde, volvieron a coincidir en el rellano del ascensor. Se saludaron y entablaron una breve conversación. Libia, que así se llamaba, estaba de paso. Había sido contratada por una importante cadena hotelera para cubrir un puesto directivo en la organización de un reconocido campeonato de polo. Su familia era originaria de Cabo Verde, pero ella había estudiado y pasado la mayor parte de su vida en Francia. La chica era simpatiquísima, lo cuál le añadía un porrón de puntos para convertirse en la diana favorita del vecindario. Lo de la belleza se lo cargaban estas facilmente: operaciones, trasplantes... pero que fuese inteligente y simpática, era un pecado capital.
María estaba encantada. Modestamente había recuperado parte de su liderazgo como blanco del cotilleo vecinal. ¿Habéis visto las buenas migas que ha hecho la negra con la del último?, su marido estará contento, algo deben tener estas que no sabemos vete tú a saber. Ella disfrutaba y disfrutó aún más cuándo Libia les invitó a tomar un café y enseñarles el hotel. Aceptaron la invitación y quedaron para esa misma tarde.
El hotel era de lo más lujoso que habían visto en su vida. Al llegar a la puerta un señor vestido de novio se les acercó con una sonrisa. Manolo lo saludó e intentó hacerle comprender antes de nada que ellos no venían a la ceremonia. Era el botones. En ese momento apareció Libia enfundada en un bonito traje de chaqueta color aguamarina, estaba radiante. Venía acompañada de un hombre que parecía sacado de un anuncio, era su marido. Acababa de llegar de Nantes y se quedaría con ella hasta que terminara el trabajo que la había traído a estos lares. Pasaron una velada muy agradable. Manolo disfrutó de lo lindo, aunque hubiese preferido quedarse un poco más con el guardacoches, alucinando con tener tan cerca aquellos lujosos vehículos.
La vuelta de Libia a su piso acompañada de su marido, aminoró los rumores. La mayoría de las vecinas sólo tenían ojos para él. Fue una época de mujeres emperifolladas hasta para sacudir el felpudo y de ridículas indumentarias que sobrepasaban lo ordinario. Un tiempo memorable, que María recordaría siempre. ¿Cómo olvidar a la casta y fina del tercero enfundada en aquel mono de lycra blanco, con el pecho apuntando al suelo y dos acordeones en las caderas? ¿y las minifaldas tipo cinturón y escotes que se lucieron sin remilgos hasta las más pudorosas?.
Sólo se le había quedado una espinita, Manolo. Tenía que pensar en algo para hacerle sudar aquel comentario sobre la mulata. Todo lo que maquinaba se le volvía en contra nada más pensarlo... ella soñaba con el marido de Libia anunciando Abanderado.
3 comentarios:
uuuuuuuuummmmmmmmmmm Ese culito de negro ... durito, durito!!! uuuuuuuuuuummmmmmm
Y para Manolo ... un cartel: "Se mira pero no se toca" ;PP
si es que siempre se quiere lo que no se tiene....
¿Cúando piensas actualizar, guapa? me tienes a la espera
Publicar un comentario